No podemos olvidar que Jesús nos ha
dejado un precioso regalo que nos ayuda a tomar conciencia de que él
está: su presencia en la Eucaristía.
El Espíritu Santo es el que
convierte el pan en Jesús. Por eso, en la Misa, el sacerdote invoca al
Espíritu Santo para que descienda sobre los dones del altar.
Entonces,
podemos pedirle al Espíritu Santo que nos ilumine, para reconocer la
presencia de Jesús en la Eucaristía y para que podamos encontrarnos con
él.
Cuando nos ponemos a orar frente al sagrario, o cuando lo
contemplamos en una adoración eucarística, podemos reconocerlo a Jesús
presente frente a nosotros, dispuesto a entablar un diálogo cercano,
íntimo, sincero. Y aunque a Jesús podemos encontrarlo en todas partes,
su presencia en la Eucaristía es la más perfecta de todas.
Por
eso, si deseamos estar en su presencia, no hay nada mejor que invocar al
Espíritu Santo, y colocarnos frente a la Eucaristía, mirarlo, dejarnos
mirar por él, hablarle de nuestras cosas, escuchar su delicada voz.
Ese
momento puede llenarnos de fuerza y de paz, porque de la Eucaristía
brota la vida del Espíritu Santo; allí se derrama el Espíritu para
nosotros.
Espíritu Santo ilumina nuestro corazón, nuestros ojos y nuestro entendimiento para que siempre veamos a Jesús Eucaristía
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