La imaginación puede perturbarnos mucho
en la oración porque nos lleva a todas partes y nos distrae. Pero no hay
que luchar contra ella, porque es peor. Es mejor apartar dulcemente las
imágenes interiores y dejarlas pasar, volviendo suavemente a la
presencia del Señor. Pero también podemos pedirle al Espíritu Santo que
sane y ordene nuestra imaginación para que nos ayude a orar. La
imaginación es algo bueno y precioso si se la entregamos al Espíritu
Santo.
Entonces, podemos imaginar las manos de Jesús que acarician, o sus brazos que sostienen, o sus ojos que miran con serena ternura, o simplemente su rostro, su figura que nos invita a un abrazo, o a descansar a su lado. Estas son buenas maneras de introducirnos en su presencia. En ese encuentro, es posible que imaginemos que él abre su pecho y derrama en nosotros ese manantial de fuego que es el Espíritu Santo.
Así, el Espíritu Santo puede ayudamos con su luz, para que aprendamos a utilizar nuestra imaginación con habilidad y creatividad, de manera que sea nuestra aliada en la oración, y no nuestra enemiga.
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