Es hermoso recorrer la vida de los santos para percibir lo que puede hacer el Espíritu Santo en la vida de un ser humano, para ver cómo el Espíritu Santo puede cambiar completamente la vida de una persona y llevarla a lo más alto. Hoy recordamos lo que hizo el Espíritu Santo en San Ignacio de Loyola.
Después de una batalla, defendiendo la ciudad de Pamplona, el valiente Ignacio quedó herido. Allí el Espíritu Santo aprovechó para hacer de las suyas. Durante el tiempo de reposo Ignacio se dedicó a la lectura, y este providencial acontecimiento hizo que leyera la vida de Cristo y algunas vidas de santos, con lo cual se encendió en él la llama de la entrega apasionada al Señor.
En el altar de la Virgen de Montserrat dejó su espada y comenzó una peregrinación vestido de mendigo. Al poco tiempo alcanzó una gran profundidad espiritual que expresó en sus Ejercicios Espirituales.
Luego de una adecuada preparación, se ordenó de sacerdote y formó un pequeño grupo con fuertes inquietudes evangelizadoras. De allí surgió después su fecunda Compañía de Jesús. Sus obras y las de su Compañía son incontables. A la muerte de Ignacio, en 1556, la Compañía había llegado a la India y a Japón, con un inquebrantable entusiasmo y creatividad evangelizadora. Ciertamente la tarea evangelizadora de la Iglesia le debe muchísimo.
Pasó los últimos tiempos de su vida disfrutando de altísimas experiencias místicas, cargadas de llamativa ternura y de místico gozo, que aparecen reflejadas en su diario íntimo. Para Ignacio Dios debía ser el principio y el fundamento de todo. Por eso, lo primero en la vida cristiana consiste en aceptar con amor que la propia vida haya sido creada para amar, adorar y servir a Dios. Aceptando eso con sinceridad, entonces sí es realmente posible dejarlo todo y entregarlo hasta el fin, sin reservas. De hecho, la vida de Ignacio estuvo consagrada a buscar la mayor gloria de Dios, y todas sus obras eran realizadas con esa finalidad.
Pidámosle al Espíritu Santo que nuestra vida no transcurra en la mediocridad, que nos transforme hasta el fondo y nos lleve a vivir en profundidad, entregándolo todo. No podemos hacerlo solos; pero el Espíritu Santo puede hacerlo, si cooperamos con él.
El autor nos conduce en estos cinco minutos diarios para abrirnos al Espíritu de Dios y percibir la fuerza de su consuelo. Meditaciones, oraciones y reflexiones que nos ofrecen la posibilidad de recorrer, a lo largo del año, un profundo camino de crecimiento espiritual...
jueves, 31 de julio de 2014
miércoles, 30 de julio de 2014
30 de Julio
"Ven Espíritu Santo. Hoy es un día más, pero quiero vivirlo como si fuera el último, como si fuera el único.
No quiero desperdiciar este don maravilloso de un día de vida, no quiero desaprovechar este regalo de amor.
Dame la gracia de pasar un buen día, soportando con paciencia las dificultades, los límites, las contrariedades, y disfrutando a pleno cada experiencia agradable, reconociendo la nobleza de cada ser humano, y descubriendo tu presencia en cada instante.
Ven Espíritu Santo, para que no angustien demasiado los problemas, los dolores, las situaciones imprevistas. Ayúdame a aprender algo bueno de todo eso.
Dame la capacidad de adaptarme dulcemente a todo, para seguir caminando con calma y esperanza.
Ven Espíritu Santo, y regálame un buen día.
Amén."
No quiero desperdiciar este don maravilloso de un día de vida, no quiero desaprovechar este regalo de amor.
Dame la gracia de pasar un buen día, soportando con paciencia las dificultades, los límites, las contrariedades, y disfrutando a pleno cada experiencia agradable, reconociendo la nobleza de cada ser humano, y descubriendo tu presencia en cada instante.
Ven Espíritu Santo, para que no angustien demasiado los problemas, los dolores, las situaciones imprevistas. Ayúdame a aprender algo bueno de todo eso.
Dame la capacidad de adaptarme dulcemente a todo, para seguir caminando con calma y esperanza.
Ven Espíritu Santo, y regálame un buen día.
Amén."
martes, 29 de julio de 2014
29 de Julio
Me detengo un momento sólo a respirar. Simplemente existo, y respiro. Presto atención sólo a la respiración, al aire que entra en mí y que sale de mí. Y me dejo estar, me abandono. Con dulzura, aparto todos los pensamientos, recuerdos e imágenes que vayan apareciendo, y vuelvo a concentrarme con serenidad sólo en la respiración. Me detengo sólo a gozar de la existencia, que es un invalorable regalo.
Así, abandonándome, voy dejando nacer un sentimiento positivo de gratitud y de verdadera paz. Al fin de cuentas, más allá de todo, vale la pena existir. Es mejor que no ser. Este presente es maravilloso. Gracias, gracias.
Dejo que el Espíritu Santo vaya haciendo crecer poco a poco ese sentimiento de dulce gratitud.
Así, abandonándome, voy dejando nacer un sentimiento positivo de gratitud y de verdadera paz. Al fin de cuentas, más allá de todo, vale la pena existir. Es mejor que no ser. Este presente es maravilloso. Gracias, gracias.
Dejo que el Espíritu Santo vaya haciendo crecer poco a poco ese sentimiento de dulce gratitud.
lunes, 28 de julio de 2014
28 de Julio
Una de las maneras más frecuentes de expulsar al Espíritu Santo es cuando fomentamos la nostalgia por el tiempo que va pasando, por la vida que se nos va de las manos, por la juventud que no se detiene, o ya pasó, y no vuelve más. Nos vamos desgastando y hay cosas que ya no podremos vivir. Nos duele sentir que hemos desperdiciado muchas oportunidades para ser felices, y tememos que siga pasando el tiempo y lloremos lo que no hemos sabido vivir.
Olvidamos que hay una forma de vivir que hace que el paso del tiempo no sea ir destruyéndose o perdiendo vitalidad. Hay una forma de vivir que hace que el paso del tiempo sea un enriquecimiento cada vez mayor, un camino hacia una vida cada vez más plena, un itinerario hacia una juventud cada vez más llena de vitalidad interior. Para un árbol, para un vino, para una perla preciosa, el paso del tiempo no es un dramático desgaste o debilitamiento; al contrario, es una maduración que los va mejorando, los va enriqueciendo, los va fortaleciendo. Lo mismo sucede con el espíritu humano.
Decía San Pablo: "cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando de día en día" (2 Corintios 4,16)
Olvidamos que hay una forma de vivir que hace que el paso del tiempo no sea ir destruyéndose o perdiendo vitalidad. Hay una forma de vivir que hace que el paso del tiempo sea un enriquecimiento cada vez mayor, un camino hacia una vida cada vez más plena, un itinerario hacia una juventud cada vez más llena de vitalidad interior. Para un árbol, para un vino, para una perla preciosa, el paso del tiempo no es un dramático desgaste o debilitamiento; al contrario, es una maduración que los va mejorando, los va enriqueciendo, los va fortaleciendo. Lo mismo sucede con el espíritu humano.
Decía San Pablo: "cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando de día en día" (2 Corintios 4,16)
domingo, 27 de julio de 2014
27 de Julio
La oración es un diálogo; pero para poder orar es indispensable que yo descubra que estoy con alguien que me conoce, que me escucha, que capta todo lo que siento y todo lo que digo, y lo entiende perfectamente.
Por eso tengo que recordar que el Espíritu Santo no es una energía que me sana o que me hace bien. Es mucho más que eso, porque es Alguien, capaz de conocer y de amar perfectamente.
Él me llama por mi nombre, me reconoce, porque él es Dios, y tiene una inteligencia infinita, una capacidad de captar todo a la perfección, sin que nada pueda escapar a su atención. Por eso no hay cosa que yo pueda ocultarle, ni sentimientos, ni planes que sean secretos para él, como dice el Salmo:
"Señor, tú me penetras y me conoces... Cuando la palabra todavía no llegó a mi lengua tú ya la conoces entera... Y si le pido a las tinieblas que me cubran, y a la noche que me rodee, para ti ninguna sombra es oscura y la noche es tan clara como el día" (Salmo 139,1.4.11-12).
No podemos pedirle al Espíritu Santo que no nos conozca, que no penetre nuestros pensamientos, no podemos apartarlo para que él ignore algo, no podemos esconderle ni siquiera aquello que nos escondemos permanentemente a nosotros mismos.
Por eso, cuando vamos a contarle algo, él sabe a la perfección de qué estamos hablando, no debemos tener temor de que no nos entienda, ni tenemos que esforzarnos para encontrar las palabras justas cuando queremos explicarle algo. Basta que lo digamos, porque él lo conoce mejor que nosotros.
Por eso tengo que recordar que el Espíritu Santo no es una energía que me sana o que me hace bien. Es mucho más que eso, porque es Alguien, capaz de conocer y de amar perfectamente.
Él me llama por mi nombre, me reconoce, porque él es Dios, y tiene una inteligencia infinita, una capacidad de captar todo a la perfección, sin que nada pueda escapar a su atención. Por eso no hay cosa que yo pueda ocultarle, ni sentimientos, ni planes que sean secretos para él, como dice el Salmo:
"Señor, tú me penetras y me conoces... Cuando la palabra todavía no llegó a mi lengua tú ya la conoces entera... Y si le pido a las tinieblas que me cubran, y a la noche que me rodee, para ti ninguna sombra es oscura y la noche es tan clara como el día" (Salmo 139,1.4.11-12).
No podemos pedirle al Espíritu Santo que no nos conozca, que no penetre nuestros pensamientos, no podemos apartarlo para que él ignore algo, no podemos esconderle ni siquiera aquello que nos escondemos permanentemente a nosotros mismos.
Por eso, cuando vamos a contarle algo, él sabe a la perfección de qué estamos hablando, no debemos tener temor de que no nos entienda, ni tenemos que esforzarnos para encontrar las palabras justas cuando queremos explicarle algo. Basta que lo digamos, porque él lo conoce mejor que nosotros.
sábado, 26 de julio de 2014
26 de Julio
Nosotros queremos que este mundo cambie. Pero al mismo tiempo, sabemos que el camino nunca brinda la perfección de la meta. Por eso, podemos aceptar serenamente que esta vida no termine de darnos todo, y nos hacemos capaces de disfrutar de los pequeños logros aunque no estén acabados por completo. Así lo vive especialmente el pobre, que de este modo se libera del más terrible peso: la autoexigencia angustiante de lograr en esta tierra el ideal imposible de una felicidad perfecta, o de una época insuperable.
Por la esperanza, la iglesia se considera "la verdadera juventud del mundo", ya que "posee lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse gratuitamente, de renovarse, de partir de nuevo hacia nuevas conquistas" (Mensaje a los jóvenes del Vaticano II).
El Espíritu Santo nos impulsa, pero hace que nosotros caminemos hacia un futuro mejor; no nos arrastra como muñecos, sino que nos motiva a tomar decisiones, a usar los propios talentos, a organizarnos, a trabajar juntos por un futuro mejor, a buscar la justicia y la solidaridad. Pero sabiendo que la perfección sólo estará en el cielo, donde estarán todas las cosas buenas que hayamos logrado, y mucho más que eso. Por eso, el Espíritu Santo siempre suscita la esperanza en la vida eterna, nos recuerda que no estamos hechos sólo para esta tierra.
Por la esperanza, la iglesia se considera "la verdadera juventud del mundo", ya que "posee lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse gratuitamente, de renovarse, de partir de nuevo hacia nuevas conquistas" (Mensaje a los jóvenes del Vaticano II).
El Espíritu Santo nos impulsa, pero hace que nosotros caminemos hacia un futuro mejor; no nos arrastra como muñecos, sino que nos motiva a tomar decisiones, a usar los propios talentos, a organizarnos, a trabajar juntos por un futuro mejor, a buscar la justicia y la solidaridad. Pero sabiendo que la perfección sólo estará en el cielo, donde estarán todas las cosas buenas que hayamos logrado, y mucho más que eso. Por eso, el Espíritu Santo siempre suscita la esperanza en la vida eterna, nos recuerda que no estamos hechos sólo para esta tierra.
viernes, 25 de julio de 2014
25 de Julio
Entrar en la presencia del Espíritu Santo es lograr que por un momento él sea el único importante. Eso produce un deleite diferente y superior a cualquier otro placer, un gozo del cual nos privamos muchos creyentes.
El tiempo de oración puede ser un tiempo vacío y superficial, puede convertirse en un momento en que pensamos en nuestros problemas, planificamos cosas, imaginamos cómo resolver alguna dificultad de nuestra vida. Nos buscamos a nosotros mismos. Pero allí no nos encontramos con el Señor. Eso todavía no es entrar en la presencia del Espíritu Santo. Eso es hablar con uno mismo, porque allí Dios no ocupa el centro de nuestra atención, y ni siquiera es una presencia que nos interese; él es frecuentemente un decorado de nuestro tiempo de reflexión donde nos ocupamos de nuestra propia vida, analizamos, resolvemos, soñamos, y terminamos rezando un Padrenuestro para creer que hemos alimentado nuestra dimensión espiritual.
Por eso es tan importante invocar al Espíritu Santo antes de ponernos a orar, y pedirle que él nos haga reconocer la mirada de Jesús llena de amor, sus brazos que nos esperan, y que nos ayude a escucharlo a él más que a nuestra propia mente. El Espíritu Santo es el que nos mueve a orar de verdad. Por eso, no deberíamos comenzar ninguna oración sin invocarlo a él.
El tiempo de oración puede ser un tiempo vacío y superficial, puede convertirse en un momento en que pensamos en nuestros problemas, planificamos cosas, imaginamos cómo resolver alguna dificultad de nuestra vida. Nos buscamos a nosotros mismos. Pero allí no nos encontramos con el Señor. Eso todavía no es entrar en la presencia del Espíritu Santo. Eso es hablar con uno mismo, porque allí Dios no ocupa el centro de nuestra atención, y ni siquiera es una presencia que nos interese; él es frecuentemente un decorado de nuestro tiempo de reflexión donde nos ocupamos de nuestra propia vida, analizamos, resolvemos, soñamos, y terminamos rezando un Padrenuestro para creer que hemos alimentado nuestra dimensión espiritual.
Por eso es tan importante invocar al Espíritu Santo antes de ponernos a orar, y pedirle que él nos haga reconocer la mirada de Jesús llena de amor, sus brazos que nos esperan, y que nos ayude a escucharlo a él más que a nuestra propia mente. El Espíritu Santo es el que nos mueve a orar de verdad. Por eso, no deberíamos comenzar ninguna oración sin invocarlo a él.
jueves, 24 de julio de 2014
24 de Julio
¿Cómo transforma nuestro comportamiento el Espíritu Santo? Lo hace con la ayuda de nuestra cooperación, porque él quiere que también seamos activos en nuestro crecimiento.
El desarrollo de las virtudes requiere algunas renuncias. Por ejemplo, para aprender a ser pacientes, a veces tenemos que renunciar a decir algunas cosas, o a quejarnos, o a maltratar a otros; para ser humildes a veces tenemos que renunciar a hablar de nosotros mismos; para ser generosos tenemos que renunciar a algunos bienes.
Cada vez que decimos que no a algo inconveniente (un amor prohibido, una experiencia peligrosa, algo indebido) nos queda un vacío, una especie de hueco interior que reclama. Pero ¿con qué se llena ese vacío para que se convierta en algo positivo?
En realidad, el solo hecho de renunciar a algo que no es bueno ya debería hacernos sentir nobles y serenos con nuestra conciencia. Pero eso puede ser sólo orgullo, una necesidad de aparentar, el deseo de sentirse importante, o una forma de cuidarse para evitar problemas. Entonces, eso no hace más que dejarnos en la superficialidad.
Lo único que llena el vacío es el amor. Renunciar cuando es necesario, pero por amor, realmente por amor. Entonces sí una renuncia nos deja una sensación de haber profundizado en la vida.
Ninguna virtud vale la pena si no está impregnada de amor. Por eso, una persona austera y sacrificada, pero sin amor, no es más que un egoísta o un vanidoso. Se contempla a sí mismo y le gusta sentirse más perfecto que otros. Eso no es profundidad, porque la persona se queda en el nivel superficial de la vanidad. Pero sólo el Espíritu Santo puede darnos el amor que no tenemos, y por eso, antes de cualquier esfuerzo, es necesario invocarlo y pedirle insistentemente que derrame la fuerza del amor en nuestro interior.
El desarrollo de las virtudes requiere algunas renuncias. Por ejemplo, para aprender a ser pacientes, a veces tenemos que renunciar a decir algunas cosas, o a quejarnos, o a maltratar a otros; para ser humildes a veces tenemos que renunciar a hablar de nosotros mismos; para ser generosos tenemos que renunciar a algunos bienes.
Cada vez que decimos que no a algo inconveniente (un amor prohibido, una experiencia peligrosa, algo indebido) nos queda un vacío, una especie de hueco interior que reclama. Pero ¿con qué se llena ese vacío para que se convierta en algo positivo?
En realidad, el solo hecho de renunciar a algo que no es bueno ya debería hacernos sentir nobles y serenos con nuestra conciencia. Pero eso puede ser sólo orgullo, una necesidad de aparentar, el deseo de sentirse importante, o una forma de cuidarse para evitar problemas. Entonces, eso no hace más que dejarnos en la superficialidad.
Lo único que llena el vacío es el amor. Renunciar cuando es necesario, pero por amor, realmente por amor. Entonces sí una renuncia nos deja una sensación de haber profundizado en la vida.
Ninguna virtud vale la pena si no está impregnada de amor. Por eso, una persona austera y sacrificada, pero sin amor, no es más que un egoísta o un vanidoso. Se contempla a sí mismo y le gusta sentirse más perfecto que otros. Eso no es profundidad, porque la persona se queda en el nivel superficial de la vanidad. Pero sólo el Espíritu Santo puede darnos el amor que no tenemos, y por eso, antes de cualquier esfuerzo, es necesario invocarlo y pedirle insistentemente que derrame la fuerza del amor en nuestro interior.
miércoles, 23 de julio de 2014
23 de Julio
"Ven Espíritu Santo. Yo sé que si los seres humanos pueden comprender a los demás, en ti hay una capacidad de comprensión mucho más grande, infinita. Nadie puede comprenderme como tú, que siempre me invitas a volver a empezar.
Pero yo me castigo a mí mismo por dentro, y me desprecio por los errores que he cometido. No me he perdonado de verdad.
Por eso, Espíritu Santo, te pido que coloques dentro de mí tu amor inmenso, ese amor que me sostiene y me da la vida, para que pueda amarme a mí mismo como tú me amas. Enséñame a respetarme como tú me respetas. Derrama tu gracia para que pueda comprenderme por las debilidades que he tenido, para que contemple con ternura mis errores y pueda perdonarme a mí mismo. Dame paciencia y cariño para que no me condene a mí mismo y para que acepte tu perdón que me sana y me renueva.
Yo soy digno de existir porque tú me amas infinitamente. Yo tengo un lugar en esta tierra y tengo derecho a vivir y a soñar, aunque sea imperfecto. Tengo ese derecho porque tú me amas y me sostienes. Ven Espíritu Santo, para que pueda nacer de nuevo, con toda dignidad; quiero comenzar otra vez con alegría y entusiasmo.
Acepto todo mi pasado como parte de mi vida. Me declaro imperfecto, pero llamado a crecer. Me equivoqué y puedo equivocarme. Pero reconozco ante ti que tu amor no se deja vencer por mis caídas y errores, y que siempre vuelves a darme una oportunidad.
Gracias, Espíritu Santo, por tu inmenso amor, porque no abandonas la obra de tus manos.
Amén."
Pero yo me castigo a mí mismo por dentro, y me desprecio por los errores que he cometido. No me he perdonado de verdad.
Por eso, Espíritu Santo, te pido que coloques dentro de mí tu amor inmenso, ese amor que me sostiene y me da la vida, para que pueda amarme a mí mismo como tú me amas. Enséñame a respetarme como tú me respetas. Derrama tu gracia para que pueda comprenderme por las debilidades que he tenido, para que contemple con ternura mis errores y pueda perdonarme a mí mismo. Dame paciencia y cariño para que no me condene a mí mismo y para que acepte tu perdón que me sana y me renueva.
Yo soy digno de existir porque tú me amas infinitamente. Yo tengo un lugar en esta tierra y tengo derecho a vivir y a soñar, aunque sea imperfecto. Tengo ese derecho porque tú me amas y me sostienes. Ven Espíritu Santo, para que pueda nacer de nuevo, con toda dignidad; quiero comenzar otra vez con alegría y entusiasmo.
Acepto todo mi pasado como parte de mi vida. Me declaro imperfecto, pero llamado a crecer. Me equivoqué y puedo equivocarme. Pero reconozco ante ti que tu amor no se deja vencer por mis caídas y errores, y que siempre vuelves a darme una oportunidad.
Gracias, Espíritu Santo, por tu inmenso amor, porque no abandonas la obra de tus manos.
Amén."
martes, 22 de julio de 2014
22 de Julio
El Espíritu Santo no hace su obra maravillosa solamente en las personas que son dóciles desde niños, o que toda su vida han llevado un comportamiento normal. Él también nos sorprende haciendo maravillas en los grandes pecadores. Por eso es bueno que hoy recordemos a María Magdalena, la gran pecadora convertida.
María Magdalena fue la primera en encontrar el sepulcro vacío y en ver al Señor resucitado. Fue testigo privilegiada de Cristo vivo.
Así como Jesús se encontró a solas con la samaritana (Juan 4), cuando resucitó quiso encontrarse a solas con María Magdalena. La vida cristiana es un encuentro permanente con el Señor resucitado. Él visita con su luz la pobre existencia de cualquier ser humano, esté donde esté, no importa donde; para que nadie pueda decir que no es tenido en cuenta, o que ha sido olvidado por Jesús.
María Magdalena, que había sido despreciada por sus muchos pecados, debe ser testigo de su resurrección, debe transmitirlo a los apóstoles.
Aquella mujer apasionada, cautivada, embelesada por el Maestro, aprenderá a gozar de esta nueva forma de encuentro que Jesús le ofrece y se entregará completamente a él. Según una vieja tradición, María Magdalena, cansada del mundo que la había esclavizado, se fue al desierto a vivir sólo para el Resucitado. Si no es verdad, es un bello símbolo del poder del amor verdadero que el Espíritu Santo derrama en nuestras vidas.
Pidamos al Espíritu Santo que transforme nuestras vidas como lo hizo con María Magdalena. Quizás no tengamos los mismos pecados que ella tuvo, pero seguramente tenemos otros, y el Espíritu Santo quiere transformarlo todo.
María Magdalena fue la primera en encontrar el sepulcro vacío y en ver al Señor resucitado. Fue testigo privilegiada de Cristo vivo.
Así como Jesús se encontró a solas con la samaritana (Juan 4), cuando resucitó quiso encontrarse a solas con María Magdalena. La vida cristiana es un encuentro permanente con el Señor resucitado. Él visita con su luz la pobre existencia de cualquier ser humano, esté donde esté, no importa donde; para que nadie pueda decir que no es tenido en cuenta, o que ha sido olvidado por Jesús.
María Magdalena, que había sido despreciada por sus muchos pecados, debe ser testigo de su resurrección, debe transmitirlo a los apóstoles.
Aquella mujer apasionada, cautivada, embelesada por el Maestro, aprenderá a gozar de esta nueva forma de encuentro que Jesús le ofrece y se entregará completamente a él. Según una vieja tradición, María Magdalena, cansada del mundo que la había esclavizado, se fue al desierto a vivir sólo para el Resucitado. Si no es verdad, es un bello símbolo del poder del amor verdadero que el Espíritu Santo derrama en nuestras vidas.
Pidamos al Espíritu Santo que transforme nuestras vidas como lo hizo con María Magdalena. Quizás no tengamos los mismos pecados que ella tuvo, pero seguramente tenemos otros, y el Espíritu Santo quiere transformarlo todo.
lunes, 21 de julio de 2014
21 de Julio
"Ven Espíritu Santo, y enséñame a amarte como tú me amas.
Tú sabes que yo soy parte de la hermosura de este mundo, como cada nota es parte de una hermosa canción, y es necesaria igual que las demás.
Por eso, aunque nadie me hubiera esperado cuando yo nací, tú sí me esperabas, tú estabas deseando mi nacimiento.
Por eso tu Palabra me dice: 'Yo te amé con un amor eterno' (Jeremías 32,3).
Quiero dejarme mirar con tus ojos de amor, quiero reconocer tu mirada de ternura, y descubrir que, aunque los demás miren mis defectos, tu mirada me contempla amándome.
Tu Palabra me dice: 'Aunque tu propia madre se olvidara de ti, yo nunca te olvidaré' (Isaías 49,15).
Si a veces yo siento que valgo poco, que no sirvo, que no soy digno de amor, sin embargo tu Palabra me dice otra cosa:
'Eres precioso para mis ojos, y yo te amo' (Isaías 43,4).
Toca mi interior herido, Espíritu Santo, para que pueda descubrir que ese amor tan grande también es para mí.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
Tú sabes que yo soy parte de la hermosura de este mundo, como cada nota es parte de una hermosa canción, y es necesaria igual que las demás.
Por eso, aunque nadie me hubiera esperado cuando yo nací, tú sí me esperabas, tú estabas deseando mi nacimiento.
Por eso tu Palabra me dice: 'Yo te amé con un amor eterno' (Jeremías 32,3).
Quiero dejarme mirar con tus ojos de amor, quiero reconocer tu mirada de ternura, y descubrir que, aunque los demás miren mis defectos, tu mirada me contempla amándome.
Tu Palabra me dice: 'Aunque tu propia madre se olvidara de ti, yo nunca te olvidaré' (Isaías 49,15).
Si a veces yo siento que valgo poco, que no sirvo, que no soy digno de amor, sin embargo tu Palabra me dice otra cosa:
'Eres precioso para mis ojos, y yo te amo' (Isaías 43,4).
Toca mi interior herido, Espíritu Santo, para que pueda descubrir que ese amor tan grande también es para mí.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
domingo, 20 de julio de 2014
20 de Julio
Para entrar en la presencia del Espíritu Santo hay que tener ansias, hay que sentir la necesidad de él, de su luz, de su amor, de su gloria, de su paz. Hace falta presentir que todo lo maravilloso del universo es una chispa que despierta esos anhelos interiores de Dios. Decía San Agustín:
"¿Qué es el universo entero o la inmensidad del mar, o el ejército de los ángeles? ¡Yo tengo sed del Creador, tengo hambre y sed de él!"
En el fondo, es necesario reconocer un deseo que ya está dentro nuestro; ese deseo que el Espíritu Santo ha puesto en nuestro interior, pero que hemos dejado escondido debajo de miles de preocupaciones y angustias. Luego de su conversión, Agustín reconocía que detrás de todas sus ansias estaba aquel deseo oculto de Dios:
"Ardía en deseos de amar... quería ser amado... Tenia hambre intensa de ese alimento que en realidad eras tú, mi Dios."
Por eso Agustín nos enseña que la clave para el encuentro con Dios es reconocer ese deseo, y despertarlo, alimentarlo, hacerlo crecer hasta que se haga más fuerte que cualquier otra necesidad:
"¡Enamórate de Dios, arde por él! Anhela a aquel que supera todos los placeres."
Porque el Espíritu Santo no obra en nosotros sin algún consentimiento de nuestra parte, y ese consentimiento brota del deseo. Pidamos al Espíritu Santo que él mismo despierte nuestro deseo.
"¿Qué es el universo entero o la inmensidad del mar, o el ejército de los ángeles? ¡Yo tengo sed del Creador, tengo hambre y sed de él!"
En el fondo, es necesario reconocer un deseo que ya está dentro nuestro; ese deseo que el Espíritu Santo ha puesto en nuestro interior, pero que hemos dejado escondido debajo de miles de preocupaciones y angustias. Luego de su conversión, Agustín reconocía que detrás de todas sus ansias estaba aquel deseo oculto de Dios:
"Ardía en deseos de amar... quería ser amado... Tenia hambre intensa de ese alimento que en realidad eras tú, mi Dios."
Por eso Agustín nos enseña que la clave para el encuentro con Dios es reconocer ese deseo, y despertarlo, alimentarlo, hacerlo crecer hasta que se haga más fuerte que cualquier otra necesidad:
"¡Enamórate de Dios, arde por él! Anhela a aquel que supera todos los placeres."
Porque el Espíritu Santo no obra en nosotros sin algún consentimiento de nuestra parte, y ese consentimiento brota del deseo. Pidamos al Espíritu Santo que él mismo despierte nuestro deseo.
sábado, 19 de julio de 2014
19 de Julio
Cuando uno recibe el Espíritu Santo como fuente del propio bien, uno se vuelve un instrumento para comunicar ese bien a los otros. San Buenaventura enseña que si uno deja de dar, deja también de recibir; por eso, la mejor manera de conservar los bienes espirituales es comunicándolos, compartiéndolos. El Espíritu Santo no puede actuar en una persona que se resiste a dar y a compartir:
"Si los ángeles superiores se contuvieran y no quisieran comunicarse a los ángeles inferiores, se cerrarían para sí mismos el camino del influjo divino. Si niegas a otros el bien que recibes de Dios, no eres digno de la vida eterna" (San Buenaventura).
También decía San Buenaventura: "¿Quieres que la piedad de la madre Iglesia descienda hasta ti? Entonces llena el cántaro del vecino".
Cuando lleno el cántaro del hermano, mi cántaro se mantiene lleno. Es el milagro del amor que puede producir el Espíritu Santo en nuestras vidas.
"Si los ángeles superiores se contuvieran y no quisieran comunicarse a los ángeles inferiores, se cerrarían para sí mismos el camino del influjo divino. Si niegas a otros el bien que recibes de Dios, no eres digno de la vida eterna" (San Buenaventura).
También decía San Buenaventura: "¿Quieres que la piedad de la madre Iglesia descienda hasta ti? Entonces llena el cántaro del vecino".
Cuando lleno el cántaro del hermano, mi cántaro se mantiene lleno. Es el milagro del amor que puede producir el Espíritu Santo en nuestras vidas.
viernes, 18 de julio de 2014
18 de Julio
Jesús promete a sus discípulos que cuando llegue a la presencia del Padre enviará al Paráclito, el Espíritu Santo: "El Paráclito que yo les enviaré de parte del Padre dará testimonio de mí" (Juan 15,26). ¿Qué significado tiene este testimonio?
El Espíritu Santo da testimonio de Cristo en nuestro interior, porque los discípulos deben soportar la persecución, el rechazo del mundo, y para mantenerse firmes en la prueba necesitan de la fortaleza interior que sólo el Espíritu Santo puede dar. El Espíritu hace presente el amor de Jesús y el recuerdo de sus palabras en el corazón de los discípulos, cuando todo el mundo está proclamando un mensaje diferente.
Cuando la fe sea puesta a prueba, el Espíritu Santo defenderá a Cristo, luchará a su favor dentro de nuestro propio corazón, para que nos aferremos a su amor y no nos dejemos seducir por los atractivos del mundo que quieren ocupar el primer lugar en nuestros deseos y en nuestros planes.
Pero más que pensar que el Espíritu Santo da argumentos en favor de Cristo, hay que pensar en la vida sobrenatural que él comunica a los creyentes, vida que es paz y alegría, fortaleza y valentía; y esa vida es Cristo mismo resucitado, viviendo en el creyente.
Con esa vida interior, el creyente puede atreverse a dar testimonio de Cristo en medio del mundo adverso, sin avergonzarse de su fe en Jesús: "Ustedes también darán testimonio de mí" (Juan 15,27).
El Espíritu Santo da testimonio de Cristo en nuestro interior, porque los discípulos deben soportar la persecución, el rechazo del mundo, y para mantenerse firmes en la prueba necesitan de la fortaleza interior que sólo el Espíritu Santo puede dar. El Espíritu hace presente el amor de Jesús y el recuerdo de sus palabras en el corazón de los discípulos, cuando todo el mundo está proclamando un mensaje diferente.
Cuando la fe sea puesta a prueba, el Espíritu Santo defenderá a Cristo, luchará a su favor dentro de nuestro propio corazón, para que nos aferremos a su amor y no nos dejemos seducir por los atractivos del mundo que quieren ocupar el primer lugar en nuestros deseos y en nuestros planes.
Pero más que pensar que el Espíritu Santo da argumentos en favor de Cristo, hay que pensar en la vida sobrenatural que él comunica a los creyentes, vida que es paz y alegría, fortaleza y valentía; y esa vida es Cristo mismo resucitado, viviendo en el creyente.
Con esa vida interior, el creyente puede atreverse a dar testimonio de Cristo en medio del mundo adverso, sin avergonzarse de su fe en Jesús: "Ustedes también darán testimonio de mí" (Juan 15,27).
jueves, 17 de julio de 2014
17 de Julio
Me hago unas preguntas para saber si estoy dejando actuar al Espíritu Santo:
¿Acepto el llamado del Espíritu para construir el Reino de Dios a mi alrededor, ofrezco mis manos y mi creatividad para mejorar algo, para sembrar cambios positivos, para hacer nacer la justicia, la solidaridad, la fraternidad?
Con mi entusiasmo frente a los desafíos, mi alegría y mis ganas de luchar, ¿despierto la esperanza a mi alrededor? ¿0 sólo fomento la queja amarga, el desánimo, la tristeza?
¿Estoy abierto al futuro, a lo nuevo, viviendo cada día con la juventud del alma, confiando plenamente en el impulso del Espíritu? ¿0 vivo de recuerdos y pretendiendo controlarlo todo, con el corazón avejentado?
¿Vale la pena vivir sin el maravilloso impulso del Espíritu?
Me detengo un momento a invocarlo.
¿Acepto el llamado del Espíritu para construir el Reino de Dios a mi alrededor, ofrezco mis manos y mi creatividad para mejorar algo, para sembrar cambios positivos, para hacer nacer la justicia, la solidaridad, la fraternidad?
Con mi entusiasmo frente a los desafíos, mi alegría y mis ganas de luchar, ¿despierto la esperanza a mi alrededor? ¿0 sólo fomento la queja amarga, el desánimo, la tristeza?
¿Estoy abierto al futuro, a lo nuevo, viviendo cada día con la juventud del alma, confiando plenamente en el impulso del Espíritu? ¿0 vivo de recuerdos y pretendiendo controlarlo todo, con el corazón avejentado?
¿Vale la pena vivir sin el maravilloso impulso del Espíritu?
Me detengo un momento a invocarlo.
miércoles, 16 de julio de 2014
16 de Julio
Cada ser humano tiene problemas de amor, por distintos motivos: porque cree que en la vida no ha recibido el amor que necesitaba, o porque descubre su incapacidad de amar en serio a los demás, su egoísmo.
En el fondo está encerrado en su corazón mirando sus problemas e imperfecciones. Es necesario que frene esos pensamientos inútiles, que salga de sí y se detenga a contemplar el amor de Dios.
Él sí es amor, amor puro, sincero, infinito, amor sin límites. Él es amor. Eso es importante. Si me parece que el amor en esta vida no existe, tengo que pensar que sí existe, porque Dios es amor, y es maravilloso que así sea.
Si una persona está preocupada por su imagen ante los demás, por sus errores, sus incoherencias; si le duelen sus humillaciones públicas o lo que los demás digan de su persona; o si sufre porque se da cuenta de sus imperfecciones, es mejor que no pierda el tiempo mirándose a sí misma. Lo importante es que existe él, el perfecto, el Santo. Es mejor detenerse a contemplarlo. Eso es lo importante, que él existe, y él es el Santo.
Pidamos al Espíritu Santo que nos saque de nosotros mismos para adorar a Dios, porque así encontraremos la más agradable liberación.
En el fondo está encerrado en su corazón mirando sus problemas e imperfecciones. Es necesario que frene esos pensamientos inútiles, que salga de sí y se detenga a contemplar el amor de Dios.
Él sí es amor, amor puro, sincero, infinito, amor sin límites. Él es amor. Eso es importante. Si me parece que el amor en esta vida no existe, tengo que pensar que sí existe, porque Dios es amor, y es maravilloso que así sea.
Si una persona está preocupada por su imagen ante los demás, por sus errores, sus incoherencias; si le duelen sus humillaciones públicas o lo que los demás digan de su persona; o si sufre porque se da cuenta de sus imperfecciones, es mejor que no pierda el tiempo mirándose a sí misma. Lo importante es que existe él, el perfecto, el Santo. Es mejor detenerse a contemplarlo. Eso es lo importante, que él existe, y él es el Santo.
Pidamos al Espíritu Santo que nos saque de nosotros mismos para adorar a Dios, porque así encontraremos la más agradable liberación.
martes, 15 de julio de 2014
15 de Julio
Cuando uno ha sido tocado por el Espíritu Santo, puede vivir algunas experiencias gratis, sin estar pendiente de uno mismo. Es la capacidad de admirarse y de alegrarse por el otro, pero sin estar pensando que es algo mío, y sin estar buscando poseerlo para mí. En todo caso, me alegro de poder disfrutar algo con los demás, como algo nuestro, no como algo mío. Amo a Dios porque es un bien, no porque es mío, y aun cuando lo percibo como bueno para mí, en realidad el mismo impulso del amor me lleva a buscarlo como un bien para nosotros. Esta renuncia a ser el único, producida por el Espíritu Santo, es una forma de comprobar que realmente hemos salido de nosotros mismos. En esta renuncia a ser el único la recompensa no es más que el mismo amor que ama por amar, en una generosa ampliación del yo.
En este sentido debe entenderse la exhortación paulina a que "cada uno no busque su propio interés sino el de los demás" (1 Corintios 10,24), en el mismo contexto en que sostiene: "si un alimento causa tropiezo a mi hermano nunca jamás comeré carne" (8,13). Esta expresión -"que nadie busque su propio interés"- aparece también en Filipenses 2,4, donde el modelo que se presenta inmediatamente es el de Cristo que "se despojó a sí mismo" (2,7).
Pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe a hacer el bien gratis, no pensando tanto en nosotros mismos sino en las necesidades de los hermanos.
En este sentido debe entenderse la exhortación paulina a que "cada uno no busque su propio interés sino el de los demás" (1 Corintios 10,24), en el mismo contexto en que sostiene: "si un alimento causa tropiezo a mi hermano nunca jamás comeré carne" (8,13). Esta expresión -"que nadie busque su propio interés"- aparece también en Filipenses 2,4, donde el modelo que se presenta inmediatamente es el de Cristo que "se despojó a sí mismo" (2,7).
Pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe a hacer el bien gratis, no pensando tanto en nosotros mismos sino en las necesidades de los hermanos.
lunes, 14 de julio de 2014
14 de Julio
El Espíritu Santo está como inclinado hacia Jesús, pendiente de su belleza, como un eterno enamorado, infinitamente cautivado por Jesús. Por eso, cuando él nos transforma por dentro, siempre nos lleva de alguna manera a Jesús, y nos ilumina para que descubramos a Jesús en los demás.
Quizás todavía tengas en tu corazón un deseo de fraternidad, una inquietud por un mundo de hermanos. Pero a veces la relación con los demás se hace difícil. ¿Has intentado descubrir de verdad en los demás el rostro de Jesús?
Por ejemplo, si ves a alguien que está mal, que está siempre irritado, que trata a los demás de mala manera, ¿no intentaste imaginar que actúa así por los grandes sufrimientos que lleva en su interior, por las desilusiones que le amargaron el alma, porque su infancia fue desastrosa, porque se siente un inútil o un fracasado? Entonces podrías imaginar a Jesús sufriendo en su interior, sufriendo con él. Recuerda que Jesús en la Cruz compartió nuestro dolor y experimentó todo lo que nosotros sufrimos. Nadie está más cerca del que sufre que Jesús.
Por eso, para aprender a amar y a tener paciencia, seria bueno que le pidieras al Espíritu Santo que te ayude a descubrir a Jesús en los demás, y que lo intentes. Eso puede producir un cambio maravilloso en tu relación con los demás; porque ellos sentirán que los estás mirando de otra manera, se sentirán respetados así como son, y reconocerán algo divino a través de tu mirada. Vale la pena.
Quizás todavía tengas en tu corazón un deseo de fraternidad, una inquietud por un mundo de hermanos. Pero a veces la relación con los demás se hace difícil. ¿Has intentado descubrir de verdad en los demás el rostro de Jesús?
Por ejemplo, si ves a alguien que está mal, que está siempre irritado, que trata a los demás de mala manera, ¿no intentaste imaginar que actúa así por los grandes sufrimientos que lleva en su interior, por las desilusiones que le amargaron el alma, porque su infancia fue desastrosa, porque se siente un inútil o un fracasado? Entonces podrías imaginar a Jesús sufriendo en su interior, sufriendo con él. Recuerda que Jesús en la Cruz compartió nuestro dolor y experimentó todo lo que nosotros sufrimos. Nadie está más cerca del que sufre que Jesús.
Por eso, para aprender a amar y a tener paciencia, seria bueno que le pidieras al Espíritu Santo que te ayude a descubrir a Jesús en los demás, y que lo intentes. Eso puede producir un cambio maravilloso en tu relación con los demás; porque ellos sentirán que los estás mirando de otra manera, se sentirán respetados así como son, y reconocerán algo divino a través de tu mirada. Vale la pena.
domingo, 13 de julio de 2014
13 de Julio
Muchas veces nos agredimos a nosotros mismos por errores que hemos cometido en el pasado. Puede suceder que se trate de algo muy viejo, pero que no deja de regresar a la memoria cada tanto, y nos lleva a darnos un golpe en la cabeza diciendo cosas como éstas: "¿Por qué? ¡Cómo pudiste hacer eso! ¡Por qué no lo evitaste! ¡No valía la pena! ¡Cómo se te ocurrió decir esa tontería!". Quizás sabemos que en realidad no somos culpables de lo que hicimos, porque en verdad teníamos una intención buena, no teníamos una mala intención; pero igualmente nos culpamos y nos agredimos por no haberlo evitado.
El remordimiento es algo enfermizo; es un rechazo de nuestros errores que nos limita, nos paraliza, nos llena de angustias y nos encierra en nuestro orgullo herido. No ayuda a un verdadero cambio, porque para poder cambiar de verdad es necesario aceptarse a sí mismo.
En cambio el verdadero arrepentimiento nos hace levantar los ojos hacia Dios para reconocer su amor que nos espera, que perdona "setenta veces siete", que nos quiere vivos y felices, que nos regala siempre una nueva oportunidad. Por eso el arrepentimiento, en lugar de debilitarnos nos fortalece para empezar de nuevo; en lugar de paralizamos nos lanza hacia adelante.
Pidamos al Espíritu Santo que nos regale su gracia poderosa para que sepamos perdonarnos a nosotros mismos, para que no nos quedemos anclados en el pasado, para que recuperemos la dignidad, y marchemos decididos hacia adelante, rodeados por su amor que nos sostiene.
El remordimiento es algo enfermizo; es un rechazo de nuestros errores que nos limita, nos paraliza, nos llena de angustias y nos encierra en nuestro orgullo herido. No ayuda a un verdadero cambio, porque para poder cambiar de verdad es necesario aceptarse a sí mismo.
En cambio el verdadero arrepentimiento nos hace levantar los ojos hacia Dios para reconocer su amor que nos espera, que perdona "setenta veces siete", que nos quiere vivos y felices, que nos regala siempre una nueva oportunidad. Por eso el arrepentimiento, en lugar de debilitarnos nos fortalece para empezar de nuevo; en lugar de paralizamos nos lanza hacia adelante.
Pidamos al Espíritu Santo que nos regale su gracia poderosa para que sepamos perdonarnos a nosotros mismos, para que no nos quedemos anclados en el pasado, para que recuperemos la dignidad, y marchemos decididos hacia adelante, rodeados por su amor que nos sostiene.
sábado, 12 de julio de 2014
12 de Julio
A veces tenemos que revisar nuestra manera de amar. Siempre hay que recordar que el encuentro de amor es una inclinación hacia el otro, no sólo para ayudarlo, sino también para valorarlo, para dejarme enriquecer por él.
El amor que derrama el Espíritu Santo hace que yo considere al otro como una sola cosa conmigo. Por eso puedo preocuparme por sus problemas, pero también puedo alegrarme con sus alegrías.
Eso se muestra especialmente cuando soy capaz de festejar de corazón los éxitos del otro, sin tener envidia.
El diálogo es una experiencia de amor, fruto de la acción del Espíritu Santo, donde queremos compartir con el otro lo que tenemos para dar, pero también, con el mismo amor, somos capaces de prestarle toda la atención y de darle importancia a lo que diga la otra persona. Así, somos capaces de gozar con las cosas buenas que nos cuente.
El Espíritu Santo produce ese bello dinamismo de "dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender sino sólo regalar libre y recíprocamente" (Juan Pablo II, Carta a las familias 11a). Es sembrar, pero es también cosechar con gozo.
El amor que derrama el Espíritu Santo hace que yo considere al otro como una sola cosa conmigo. Por eso puedo preocuparme por sus problemas, pero también puedo alegrarme con sus alegrías.
Eso se muestra especialmente cuando soy capaz de festejar de corazón los éxitos del otro, sin tener envidia.
El diálogo es una experiencia de amor, fruto de la acción del Espíritu Santo, donde queremos compartir con el otro lo que tenemos para dar, pero también, con el mismo amor, somos capaces de prestarle toda la atención y de darle importancia a lo que diga la otra persona. Así, somos capaces de gozar con las cosas buenas que nos cuente.
El Espíritu Santo produce ese bello dinamismo de "dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender sino sólo regalar libre y recíprocamente" (Juan Pablo II, Carta a las familias 11a). Es sembrar, pero es también cosechar con gozo.
viernes, 11 de julio de 2014
11 de Julio
El Espíritu Santo nos hace sabios. Pero el hombre sabio no espera que se den todas las condiciones adecuadas para sentirse bien, para vivir con profundidad, sino que sabe vivir con hondura en cualquier situación. El que halló la profundidad por la obra del Espíritu, vive esa profundidad en cualquier circunstancia: "El labrador, el artesano, el herrero, el alfarero... Cada uno se muestra sabio en su tarea. Sin ellos no se construiría ciudad alguna ni se podría habitar ni circular por ella... Ellos aseguran la creación eterna, el objeto de su oración son los trabajos de su oficio" (Sirácides/Eclesiástico 38,26-34).
Pero esto implica la capacidad de vivir a pleno cada instante, sin evadirnos en el pasado ni el futuro, como nos enseña la sabiduría de la Biblia:
"Así que no se preocupen por el mañana; el mañana se preocupará de sí mismo" (Mateo 6,34).
Cuando logro hacer algo, aunque sea pequeño, con mi trabajo generoso, tengo que sentir que el poder del Espíritu se prolonga a través de mí, y así brota espontáneamente un canto alegre y agradecido.
Pero esto implica la capacidad de vivir a pleno cada instante, sin evadirnos en el pasado ni el futuro, como nos enseña la sabiduría de la Biblia:
"Así que no se preocupen por el mañana; el mañana se preocupará de sí mismo" (Mateo 6,34).
Cuando logro hacer algo, aunque sea pequeño, con mi trabajo generoso, tengo que sentir que el poder del Espíritu se prolonga a través de mí, y así brota espontáneamente un canto alegre y agradecido.
jueves, 10 de julio de 2014
10 de Julio
El Espíritu Santo realiza la obra de sacarnos fuera de nosotros mismos, porque nuestra debilidad nos lleva a encerrarnos en nuestras propias necesidades e intereses, y nos cuesta muchísimo abrir verdaderamente el corazón a Dios y a los demás. Sin el Espíritu Santo no podemos salir de ese egocentrismo, pero él realiza la maravillosa obra de inclinarnos hacia los demás. Veamos cómo lo expresan varios sabios:
"En cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta empresa: salir de sí mismo... El corazón se posee verdaderamente a sí mismo en cuanto que se olvida de sí mismo en el obrar, en cuanto que sale, y perdiéndose se posee verdaderamente" (Karl Rahner).
"Andar en Jesucristo me parece a mí que es salir de sí mismo... Estoy persuadida de que el secreto de la paz y de la dicha está en olvidarse uno de sí mismo, en vaciarse enteramente de sí... hasta el punto de no sentir las propias miserias físicas ni morales" (Beata Isabel de la Trinidad).
"El ser humano está más en sí cuando más está en los demás. Sólo llega a sí mismo cuando sale de sí mismo" (Joseph Ratzinger).
"La esencia del amor se realiza lo más profundamente en el don de sí mismo que la persona amante hace a la persona amada... Es como una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento del propio ser" (Karol Wojtyła).
"En cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta empresa: salir de sí mismo... El corazón se posee verdaderamente a sí mismo en cuanto que se olvida de sí mismo en el obrar, en cuanto que sale, y perdiéndose se posee verdaderamente" (Karl Rahner).
"Andar en Jesucristo me parece a mí que es salir de sí mismo... Estoy persuadida de que el secreto de la paz y de la dicha está en olvidarse uno de sí mismo, en vaciarse enteramente de sí... hasta el punto de no sentir las propias miserias físicas ni morales" (Beata Isabel de la Trinidad).
"El ser humano está más en sí cuando más está en los demás. Sólo llega a sí mismo cuando sale de sí mismo" (Joseph Ratzinger).
"La esencia del amor se realiza lo más profundamente en el don de sí mismo que la persona amante hace a la persona amada... Es como una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento del propio ser" (Karol Wojtyła).
miércoles, 9 de julio de 2014
09 de Julio
Muchas veces sufrimos por la agresividad que llevamos dentro.
Algunas personas reaccionan mal, con agresiones o ironías; otras se callan, pero se aíslan resentidas. Hay muchas tensiones interiores que nos llevan a sentirnos mal con las demás personas. A veces hay cosas que nos molestan y no sabemos bien por qué; otras veces sentimos rechazo por cosas que no son tan importantes.
Es necesario llevar calma y armonía a ese mundo interior, para que no desgastemos tantas energías inútilmente.
El Espíritu Santo puede sanar nuestro interior para que nos liberemos de muchas tensiones innecesarias, para que renunciemos a la guerra con los demás, para que dejemos de resistirnos ante las cosas que nos irritan y aprendamos a aceptarlas como parte de la vida.
Si dejamos que el Espíritu Santo nos serene en un momento de oración, podemos decirle no a la violencia interior y optar sinceramente por la paz del corazón. Esto no significa que no luchemos o que no discutamos cuando es necesario. Sólo significa que aprendamos a hacerlo sin perder la calma interior.
Con la gracia del Espíritu Santo podemos lograrlo, porque él es el dulce maestro interior.
Algunas personas reaccionan mal, con agresiones o ironías; otras se callan, pero se aíslan resentidas. Hay muchas tensiones interiores que nos llevan a sentirnos mal con las demás personas. A veces hay cosas que nos molestan y no sabemos bien por qué; otras veces sentimos rechazo por cosas que no son tan importantes.
Es necesario llevar calma y armonía a ese mundo interior, para que no desgastemos tantas energías inútilmente.
El Espíritu Santo puede sanar nuestro interior para que nos liberemos de muchas tensiones innecesarias, para que renunciemos a la guerra con los demás, para que dejemos de resistirnos ante las cosas que nos irritan y aprendamos a aceptarlas como parte de la vida.
Si dejamos que el Espíritu Santo nos serene en un momento de oración, podemos decirle no a la violencia interior y optar sinceramente por la paz del corazón. Esto no significa que no luchemos o que no discutamos cuando es necesario. Sólo significa que aprendamos a hacerlo sin perder la calma interior.
Con la gracia del Espíritu Santo podemos lograrlo, porque él es el dulce maestro interior.
08 de Julio
Nuestra peor debilidad es no poder aceptar nuestra pequeñez, olvidar que somos sólo una pequeña parte del universo sin límites, uno más en esta humanidad inmensa. El corazón se rebela, porque su debilidad lo lleva a pretender ser el centro del todo.
Es importante que nos demos cuenta de que se trata de una pretensión absurda. No somos ni seremos el centro de la realidad. Nosotros moriremos y el mundo seguirá funcionando y avanzando. Pero nuestra gran debilidad nos lleva a engañarnos y a sentir que realmente el mundo gira a nuestro alrededor. Por eso no entendemos que los demás no estén pendientes de nosotros, que no nos escuchen, que no nos tengan en cuenta, que nos ignoren o nos olviden. En realidad, eso es lo más natural. Los demás no tienen por qué girar a nuestro alrededor.
Pidamos al Espíritu Santo que destruya ese terrible engaño, que nos ayude a abrir los ojos para descubrir la grandeza del universo, para ampliar nuestros horizontes, para romper esa cárcel enfermiza del propio yo, para reconocer que nosotros giramos alrededor de Dios, porque él es el verdadero centro. Entonces nos liberaremos de muchos sufrimientos inútiles.
Es importante que nos demos cuenta de que se trata de una pretensión absurda. No somos ni seremos el centro de la realidad. Nosotros moriremos y el mundo seguirá funcionando y avanzando. Pero nuestra gran debilidad nos lleva a engañarnos y a sentir que realmente el mundo gira a nuestro alrededor. Por eso no entendemos que los demás no estén pendientes de nosotros, que no nos escuchen, que no nos tengan en cuenta, que nos ignoren o nos olviden. En realidad, eso es lo más natural. Los demás no tienen por qué girar a nuestro alrededor.
Pidamos al Espíritu Santo que destruya ese terrible engaño, que nos ayude a abrir los ojos para descubrir la grandeza del universo, para ampliar nuestros horizontes, para romper esa cárcel enfermiza del propio yo, para reconocer que nosotros giramos alrededor de Dios, porque él es el verdadero centro. Entonces nos liberaremos de muchos sufrimientos inútiles.
lunes, 7 de julio de 2014
07 de Julio
Cuando dejemos que el Espíritu Santo nos impulse en la tarea evangelizadora, seguramente experimentaremos las maravillas que él puede hacer en los corazones, y nos admiraremos viendo lo que puede lograr su gracia. Eso es lo que vivió San Pablo, que predicaba el Evangelio "no sólo con palabras, sino también con poder y con el Espíritu Santo, con plena persuasión" (1 Tesalonicenses 1,5).
Tenemos una descripción de lo que es una predicación con el poder del Espíritu Santo en una oración que hicieron los Apóstoles perseguidos, pidiendo la gracia de predicar de esa manera. Evidentemente, la mayor característica de esa predicación es la valentía, acompañada por signos que el Espíritu Santo regala como quiere: "Acabada la oración, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía" (Hechos 4,29-31).
El Espíritu Santo ilumina nuestros ojos, para que no miremos tanto nuestra debilidad, sino el precioso ideal que él nos presenta. Así, descubrimos que vale la pena entregarlo todo, y él nos fortalece para que lo hagamos.
Tenemos una descripción de lo que es una predicación con el poder del Espíritu Santo en una oración que hicieron los Apóstoles perseguidos, pidiendo la gracia de predicar de esa manera. Evidentemente, la mayor característica de esa predicación es la valentía, acompañada por signos que el Espíritu Santo regala como quiere: "Acabada la oración, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía" (Hechos 4,29-31).
El Espíritu Santo ilumina nuestros ojos, para que no miremos tanto nuestra debilidad, sino el precioso ideal que él nos presenta. Así, descubrimos que vale la pena entregarlo todo, y él nos fortalece para que lo hagamos.
domingo, 6 de julio de 2014
06 de Julio
"Ven Espíritu Santo. Tú que eres como un viento divino, dame la gracia de superar toda timidez y toda cobardía ante la vida. Lléname de arrojo, de tu impulso, de tu valentía, de tu santo empuje. Ayúdame a vivir con ganas las horas de este día, con una esperanza siempre renovada, abierto al misterio de cada jornada. Porque cuando logras entrar en un corazón, no lo dejas dormido, quieto, inactivo. Siempre nos mueves a la vida, a la lucha, a salir adelante con confianza, a buscar un nuevo encanto y a correr detrás de un sueño que valga la pena.
Sácame de la apatía para que no me encierre en mis problemas. Derrámate en mí con todo tu empuje y entusiasmo. Tú sabes que a veces prefiero quedarme anclado en mis comodidades y que le tengo miedo a los desafíos. Quema con tu fuego toda cobardía y todo cansancio. Lánzame a la aventura de cada día.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
Sácame de la apatía para que no me encierre en mis problemas. Derrámate en mí con todo tu empuje y entusiasmo. Tú sabes que a veces prefiero quedarme anclado en mis comodidades y que le tengo miedo a los desafíos. Quema con tu fuego toda cobardía y todo cansancio. Lánzame a la aventura de cada día.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
sábado, 5 de julio de 2014
05 de Julio
Te propongo que te pongas en oración y dialogues con el Espíritu Santo acerca de la misión de tu vida, y para ayudarte te hago algunas preguntas: ¿Qué estás buscando en la vida? ¿Por qué te gustaría que te recuerden después de tu muerte? ¿Qué te interesa dejar detrás de ti en tu paso por esta tierra? Y más allá de todo esto: ¿Te parece que estás haciendo de tu vida lo que Dios pensó y soñó al crearte?
No se trata de torturarte, o de llenarte de escrúpulos, porque todos cumplimos nuestra misión de una manera imperfecta y limitada. Pero lo importante es que tu vida tenga un para qué, un objetivo profundo, una finalidad, una opción.
Es cierto que en el fondo lo importante es que tu vida le dé gloria a Dios. Pero cada uno de nosotros le da gloria a Dios viviendo con pasión una misión en este mundo. ¿Has descubierto cuál es tu misión? No interesa si es pequeña o grande, oculta o llamativa. Es tu misión, la que nadie más puede cumplir.
Si no lo ves con claridad, es importante que trates de descubrirlo en la oración, pidiéndole al Espíritu Santo que te ilumine. Pero además de eso, es importante que le pidas que te impulse a esa misión, aunque no la veas con mucha claridad; que la cumplas, aunque no la entiendas del todo. Entonces, aun en medio de tus dudas y de tus momentos difíciles, todo lo que vivas te llevará a cumplir esa misión que el Espíritu Santo ha pensado para tu vida.
No se trata de torturarte, o de llenarte de escrúpulos, porque todos cumplimos nuestra misión de una manera imperfecta y limitada. Pero lo importante es que tu vida tenga un para qué, un objetivo profundo, una finalidad, una opción.
Es cierto que en el fondo lo importante es que tu vida le dé gloria a Dios. Pero cada uno de nosotros le da gloria a Dios viviendo con pasión una misión en este mundo. ¿Has descubierto cuál es tu misión? No interesa si es pequeña o grande, oculta o llamativa. Es tu misión, la que nadie más puede cumplir.
Si no lo ves con claridad, es importante que trates de descubrirlo en la oración, pidiéndole al Espíritu Santo que te ilumine. Pero además de eso, es importante que le pidas que te impulse a esa misión, aunque no la veas con mucha claridad; que la cumplas, aunque no la entiendas del todo. Entonces, aun en medio de tus dudas y de tus momentos difíciles, todo lo que vivas te llevará a cumplir esa misión que el Espíritu Santo ha pensado para tu vida.
viernes, 4 de julio de 2014
04 de Julio
Cerremos los ojos por un instante y dediquemos un momento de nuestro tiempo sólo al Espíritu Santo.
Digámosle que nuestro tiempo es sólo para él y nada más que para él, porque él lo merece más que nadie. Si dedicamos tanto tiempo a las cosas de este mundo, es justo que haya un tiempo exclusivamente para él. ¿Por qué no?
Con los ojos cerrados, sin prisa, sin ansiedades, sin nerviosismos, tratemos de reconocer su presencia de amor. Dejemos que se vayan aplacando todas las resistencias y temores, hasta que él pueda apoderarse serenamente de nuestro interior. No se trata de hacer esfuerzos, sino de dejarlo actuar a él. Él sabe como hacerlo; sólo hay que dejar de ponerle obstáculos.
No hay que exigirle nada. Sólo hay que permitirle por un instante que haga lo que él quiera, aunque nosotros no entendamos, aunque nosotros no podamos descubrir ni reconocer qué ha hecho en nuestro interior. Sin duda sólo él puede hacer cosas buenas en nuestra intimidad escondida. Por eso, vale la pena dejarlo actuar en el silencio.
Digámosle que nuestro tiempo es sólo para él y nada más que para él, porque él lo merece más que nadie. Si dedicamos tanto tiempo a las cosas de este mundo, es justo que haya un tiempo exclusivamente para él. ¿Por qué no?
Con los ojos cerrados, sin prisa, sin ansiedades, sin nerviosismos, tratemos de reconocer su presencia de amor. Dejemos que se vayan aplacando todas las resistencias y temores, hasta que él pueda apoderarse serenamente de nuestro interior. No se trata de hacer esfuerzos, sino de dejarlo actuar a él. Él sabe como hacerlo; sólo hay que dejar de ponerle obstáculos.
No hay que exigirle nada. Sólo hay que permitirle por un instante que haga lo que él quiera, aunque nosotros no entendamos, aunque nosotros no podamos descubrir ni reconocer qué ha hecho en nuestro interior. Sin duda sólo él puede hacer cosas buenas en nuestra intimidad escondida. Por eso, vale la pena dejarlo actuar en el silencio.
jueves, 3 de julio de 2014
03 de Julio
Es maravilloso detenerse a admirar cómo se hace presente la vida del Espíritu en las relaciones humanas. Porque todo gesto de amor humano es un pálido reflejo de ese Amor infinito que une al Padre y al Hijo.
Toda experiencia de amor sincero es una chispa del Espíritu Santo que se mete en este mundo.
Por eso, para imaginarme cómo es el Espíritu Santo debo imaginarme un momento, una experiencia de amor humano generoso, sincero, feliz. Eso mismo, infinitamente más grande, más precioso, es el Espíritu Santo.
Por eso puedo detenerme a admirar los luminosos reflejos del Espíritu Santo en una pareja que se ama, en un abrazo de reencuentro, en un gesto de servicio humilde y generoso, en una sonrisa que busca hacer feliz a otro.
Toda experiencia de amor sincero es una chispa del Espíritu Santo que se mete en este mundo.
Por eso, para imaginarme cómo es el Espíritu Santo debo imaginarme un momento, una experiencia de amor humano generoso, sincero, feliz. Eso mismo, infinitamente más grande, más precioso, es el Espíritu Santo.
Por eso puedo detenerme a admirar los luminosos reflejos del Espíritu Santo en una pareja que se ama, en un abrazo de reencuentro, en un gesto de servicio humilde y generoso, en una sonrisa que busca hacer feliz a otro.
miércoles, 2 de julio de 2014
02 de Julio
El Espíritu Santo nos hace encontrar en las cosas de este mundo mucho más que lo que nosotros buscamos en ellas.
Es completamente normal que nos gusten las cosas de la tierra, que nos atraigan las cosas de este mundo, porque Dios las creó "para que las disfrutemos" (1 Timoteo 6,17). Si no fuera así, nos moriríamos de angustia y no podríamos soportar esta vida.
El atractivo de las cosas es un signo maravilloso, y la variedad de este mundo, repleto de cosas agradables, es un reflejo de la inagotable hermosura de Dios.
El atractivo que sentimos por el placer que nos brindan las cosas de esta tierra nos dice que existe la vida y la esperanza, que vale la pena haber nacido, que existe la hermosura y existe el bien; en definitiva, que existe Dios.
El problema es que a veces nos confundimos, y eso es causa de muchas tristezas. Porque las cosas son simplemente creaturas de Dios que reflejan un poquito de su belleza; pero él es infinitamente más que ellas e infinitamente mejor que las cosas.
Sin embargo, las cosas nos engañan, y a veces nos confundimos creyendo que son eternas, y llegamos a adorarlas como si fueran nuestro Dios.
El problema en realidad no son las cosas de este mundo, sino nuestra debilidad, nuestra pequeñez, nuestra oscuridad que nos enceguece.
Nosotros olvidamos que en las creaturas tenemos que descubrir al Señor infinitamente bello que se refleja en ellas. Olvidamos que estamos creados para él, y no para las cosas que son obra de sus manos y sólo manifiestan una gota de su belleza.
Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a trascender las cosas, que podamos detenernos en ellas con gozo, pero encontrando en ellas al Creador, como lo hacía San Francisco de Asís, lleno de ternura y de alegría.
Es completamente normal que nos gusten las cosas de la tierra, que nos atraigan las cosas de este mundo, porque Dios las creó "para que las disfrutemos" (1 Timoteo 6,17). Si no fuera así, nos moriríamos de angustia y no podríamos soportar esta vida.
El atractivo de las cosas es un signo maravilloso, y la variedad de este mundo, repleto de cosas agradables, es un reflejo de la inagotable hermosura de Dios.
El atractivo que sentimos por el placer que nos brindan las cosas de esta tierra nos dice que existe la vida y la esperanza, que vale la pena haber nacido, que existe la hermosura y existe el bien; en definitiva, que existe Dios.
El problema es que a veces nos confundimos, y eso es causa de muchas tristezas. Porque las cosas son simplemente creaturas de Dios que reflejan un poquito de su belleza; pero él es infinitamente más que ellas e infinitamente mejor que las cosas.
Sin embargo, las cosas nos engañan, y a veces nos confundimos creyendo que son eternas, y llegamos a adorarlas como si fueran nuestro Dios.
El problema en realidad no son las cosas de este mundo, sino nuestra debilidad, nuestra pequeñez, nuestra oscuridad que nos enceguece.
Nosotros olvidamos que en las creaturas tenemos que descubrir al Señor infinitamente bello que se refleja en ellas. Olvidamos que estamos creados para él, y no para las cosas que son obra de sus manos y sólo manifiestan una gota de su belleza.
Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a trascender las cosas, que podamos detenernos en ellas con gozo, pero encontrando en ellas al Creador, como lo hacía San Francisco de Asís, lleno de ternura y de alegría.
martes, 1 de julio de 2014
01 de Julio
En Juan 3,14-21 se nos dice que basta mirarlo a Jesús para ser salvados, así como Moisés levantaba la serpiente en el desierto para que con sólo mirarla se alcanzara la liberación.
Mirarlo, sacar los ojos por un instante de nuestra maraña de cansancios, resentimientos, orgullos lastimados, insatisfacciones. Mirarlo, levantando los ojos más allá de la miseria sabiendo que hay algo más, que existe la luz sobrenatural que quiere bañar y transformar las tinieblas donde estamos sumergidos. Sólo levantar los ojos, para descubrir que no todo es negro y oscuro, que existe la verdad.
Pero nuestros ojos no se levantan por su propio poder. Es mucha la fuerza del pecado que nos ha ido lastimando y debilitando, como para pensar que con nuestro propio esfuerzo podemos levantar los ojos. Pero además, es tan grande la luz del amor de Dios, que los ojos del corazón humano no pueden percibirla si ese corazón no es elevado. Sólo nos sana y nos eleva la gracia del Espíritu Santo.
Por eso, en medio de la oscuridad, podemos reconocer el secreto impulso del Espíritu Santo que nos invita a clamar: "Señor, ayúdame, para que pueda levantar mis ojos y te vea".
Nosotros podemos preferir la oscuridad antes que su luz, cuando queremos ser los únicos señores de nuestra vida, cuando confiamos absolutamente en nuestra propia claridad. Cuando creemos conocer solos, sin ayuda de nadie, el camino que nos conviene para ser felices.
Entonces sentimos que no necesitamos un salvador, y ni siquiera queremos levantar los ojos para verlo. Por eso no podemos ser liberados por la fuerza sanadora de su inmenso amor.
Invoquemos al Espíritu Santo, que es el único que puede hacernos levantar los ojos para que seamos salvados.
Mirarlo, sacar los ojos por un instante de nuestra maraña de cansancios, resentimientos, orgullos lastimados, insatisfacciones. Mirarlo, levantando los ojos más allá de la miseria sabiendo que hay algo más, que existe la luz sobrenatural que quiere bañar y transformar las tinieblas donde estamos sumergidos. Sólo levantar los ojos, para descubrir que no todo es negro y oscuro, que existe la verdad.
Pero nuestros ojos no se levantan por su propio poder. Es mucha la fuerza del pecado que nos ha ido lastimando y debilitando, como para pensar que con nuestro propio esfuerzo podemos levantar los ojos. Pero además, es tan grande la luz del amor de Dios, que los ojos del corazón humano no pueden percibirla si ese corazón no es elevado. Sólo nos sana y nos eleva la gracia del Espíritu Santo.
Por eso, en medio de la oscuridad, podemos reconocer el secreto impulso del Espíritu Santo que nos invita a clamar: "Señor, ayúdame, para que pueda levantar mis ojos y te vea".
Nosotros podemos preferir la oscuridad antes que su luz, cuando queremos ser los únicos señores de nuestra vida, cuando confiamos absolutamente en nuestra propia claridad. Cuando creemos conocer solos, sin ayuda de nadie, el camino que nos conviene para ser felices.
Entonces sentimos que no necesitamos un salvador, y ni siquiera queremos levantar los ojos para verlo. Por eso no podemos ser liberados por la fuerza sanadora de su inmenso amor.
Invoquemos al Espíritu Santo, que es el único que puede hacernos levantar los ojos para que seamos salvados.