“Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo
quien, con su gracia preveniente, nos atrae al camino de la oración. Y ya que
él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él
orando? Por eso la iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu
Santo, especialmente al comenzar y terminar cualquier acción importante… El
Espíritu Sato, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de
la oración cristiana” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2670.2672).
Por todo esto, si no sabemos
orar, lo mejor es pedirle al Espíritu Santo que no enseñe, que nos estimule,
que nos impulse y nos llene de deseos de orar. Él puede poner en nuestra boca
lo que tenemos que decir, y a veces ni siquiera hacen falta palabras. Muchas veces
el Espíritu Santo nos mueve a expresarnos con el llanto, con una melodía, con
un lamento, con un suspiro. Dejemos que sea él quien nos enseñe a orar.