La persona llena del Espíritu Santo es
verdaderamente generosa, y por eso reacciona con generosidad cada vez
que alguien la necesita. No tiene que estar motivándose o preparándose
para poder hacer una obra buena. Le sale del corazón.
Cuando
tenemos una amistad más o menos profunda con alguien, siempre tendremos
que dar algo. Y a veces, cuando estamos buscando un poco de
tranquilidad, se acerca alguien que necesita de nuestra ayuda. Pero si
tenemos un falso ideal de felicidad, viviremos sintiendo a los demás
como ladrones que roban nuestro tiempo y nuestras cosas, escaparemos de
ellos, o simplemente los soportaremos con una cuota de nerviosismo
disimulado.
Pero alguien resentido o egoísta, que busque a Dios
para liberarse de las molestias de los demás, no sería un verdadero
místico. Sería solo un terrible ególatra o un enfermo que usa a Dios
para disimular su incapacidad de amar.
Si alguna vez hemos amado
de verdad a alguien, sabemos que el amor vale la pena; si algún día
hemos sido verdaderamente generosos, sabemos que eso nos hace felices.
Un corazón generoso vive mejor. Pero como el amor no se fabrica ni se
inventa con las capacidades humanas, hay que pedirlo como un regalo
sublime del Espíritu Santo.
"!Ven Espíritu Santo, y enséñame a amar!"
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