El ser humano tiene
también la capacidad de hacer cosas, de prolongarse en una obra, y
también allí puede derramarse el Espíritu Santo para que lo vivamos de
otra manera.
El
Espíritu, que infunde dinamismo, también influye en nuestras
actividades, en nuestro trabajo, en todo lo que hacemos, no sólo para
que podamos hacerlo bien, sino para que esas actividades enriquezcan
nuestra vida, para que no sean un peso o una simple obligación. Es
decir, el Espíritu Santo puede hacer que esas actividades tengan un
sentido, un "para qué" profundo que nos permita hacerlas con interés,
con cierto gusto, y que nos sintamos fecundos en esa actividad. Podemos
hacer algo por necesidad, o "porque sí", pero también podemos hacerlo
como una ofrenda de amor al Señor, o como un acto de amor a los
hermanos, a la Iglesia, a la sociedad, o podemos ofrecerlo al Señor por
nuestra santificación, o pidiéndole algo que deseamos alcanzar, o
uniéndonos con ternura a la Pasión de Cristo, etc. Esto permite que no
sólo nos sintamos bien cuando descansamos, sino también cuando
trabajamos.