Uno de los símbolos del Espíritu Santo es la unción con aceite.
En
el Antiguo Testamento los reyes eran ungidos, para que supieran
gobernar y para que tuvieran la fuerza necesaria para poder cumplir con
su misión. Se creía que, junto con el aceite que se derramaba, descendía
el Espíritu divino (1 Samuel 9; Salmo 2,6). También los sacerdotes eran
ungidos en su consagración (Éxodo 28,41; 29,7), y a veces los profetas
(1 Reyes 19,15-16).
Jesús mismo, cuando inicia su misión pública, aplica a esa misión el anuncio de Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para llevar la buena noticia a los pobres" (Lucas 4,18).
Esta
unción no significa sólo que somos elegidos, sino que somos capacitados
para cumplir la misión que Dios nos da en esta vida. Por eso, también
en el Bautismo y en la Confirmación nosotros somos ungidos.
Esta
unción con aceite es un símbolo de esa consagración que nos capacita,
porque en la antigüedad se utilizaba el aceite para frotar a los atletas
y fortalecerlos de manera que pudieran correr y llegar a la meta con
éxito. Pero para cumplir otras funciones, como el gobierno, el
sacerdocio o la profecía, no basta la fuerza, sino también la sabiduría.
Por eso, esta unción con el aceite pasó a simbolizar también al
Espíritu Santo que se derrama para darnos esa sabiduría. A los
cristianos que han recibido el Espíritu Santo se les dice: "Ustedes conserven la unción que recibieron de él, y no tendrán necesidad de que nadie les enseñe" (1 Juan 2,27).
Imaginemos
al Espíritu Santo, que se derrama sobre nosotros como un aceite
perfumado, y démosle gracias por la fuerza y la sabiduría que él nos
regala muchas veces, cuando más lo necesitamos.
El autor nos conduce en estos cinco minutos diarios para abrirnos al Espíritu de Dios y percibir la fuerza de su consuelo. Meditaciones, oraciones y reflexiones que nos ofrecen la posibilidad de recorrer, a lo largo del año, un profundo camino de crecimiento espiritual...
Ven Espíritu Santo
jueves, 6 de octubre de 2016
miércoles, 5 de octubre de 2016
05 de Octubre
"Ven Espíritu Santo, devuélveme la sonrisa.
Los años me han ido quitando la
alegría interior, el gusto de encontrarme con la gente, el entusiasmo
ante las cosas nuevas. Necesito que vuelva a brotar espontáneamente la
sonrisa.
Esa sonrisa sincera, no fingida, que
expresa el gusto de vivir y de convivir. Esa sonrisa que manifiesta la
esperanza interior, verdadera, real.
Ven Espíritu Santo, para que vuelva a
nacer mi sonrisa. Esa sonrisa de los que creen en la vida y en el amor.
La sonrisa de los que se dejan querer por Dios, porque saben que ese
amor es sano, es bueno, es auténtico y feliz; porque saben que ese amor
nunca nos falta, nunca nos abandona.
Ven Espíritu Santo, y en este preciso
momento aplaca mi negatividad, sana mi tristeza, ayúdame a relativizar
todo lo que me inquieta. Muéstrame que la vida vale la pena, que es
posible comenzar algo bello. Para que en este preciso momento, pueda
regalarte una sonrisa.
Amén."
martes, 4 de octubre de 2016
04 de Octubre
Digamos una vez más que los santos son
una alabanza al Espíritu Santo, porque nadie puede ser santo sin la
gracia del Espíritu. Él, con su gracia, nos hace parecidos a Jesús. Eso
está muy claro en San Francisco de Asís, a quien recordamos hoy.
El pobre de Asís es uno de los santos que mejor reflejan la pobreza, la alegría y el amor fraterno de Jesús. Pero la hermosura de su corazón podría expresarse sintéticamente como apertura. Todo lo existente era objeto de su amor, de su admiración o de su compasión fraterna, y por eso le cantaba a Dios por la "hermana luna", el "hermano fuego", la "hermana hierba". Así vemos cómo el Espíritu Santo no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos pone en comunión fraterna con la realidad.
Su corazón pacificado no se resistía ni se llenaba de tensiones ante las contrariedades de la vida o de la naturaleza, sino que reaccionaba con un espíritu de feliz aceptación. Eso lo convertía en un modelo de permanente alegría.
Su mirada de amor cautivaba y exhortaba a vivir de otra manera. No necesitaba insistir ni presionar a los demás para obtener una respuesta generosa. Servía con sencillez el banquete del Evangelio que atrae por sí mismo, por su propia hermosura. Movido por el Espíritu Santo, Francisco salía permanentemente de sí mismo para adorar, para reconocer la belleza de las cosas, para servir con humildad a quien lo necesitara, para perdonar a quien lo ofendía. Su pequeña existencia, por estar completamente apoyada en el "altísimo y buen Señor", era una inestimable combinación de ternura y de vigor.
Su mensaje y la belleza de su testimonio provocaban conversión y reconciliación fraterna por donde pasaba. El beso que dio a un leproso refleja su capacidad de mirar a los demás con la mirada de Dios. Y el Espíritu Santo lo identificó tanto con Cristo, que le regaló las llagas que recibió en las manos, en el maravilloso encuentro con Jesús que vivió en el monte Alvernia. Es bello dejarse transformar por el Espíritu Santo de esa manera, porque mientras más nos parecemos a Jesús, más alegría podemos experimentar en la vida. Invoquemos al Espíritu Santo para que podamos vivir esa transformación.
El pobre de Asís es uno de los santos que mejor reflejan la pobreza, la alegría y el amor fraterno de Jesús. Pero la hermosura de su corazón podría expresarse sintéticamente como apertura. Todo lo existente era objeto de su amor, de su admiración o de su compasión fraterna, y por eso le cantaba a Dios por la "hermana luna", el "hermano fuego", la "hermana hierba". Así vemos cómo el Espíritu Santo no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos pone en comunión fraterna con la realidad.
Su corazón pacificado no se resistía ni se llenaba de tensiones ante las contrariedades de la vida o de la naturaleza, sino que reaccionaba con un espíritu de feliz aceptación. Eso lo convertía en un modelo de permanente alegría.
Su mirada de amor cautivaba y exhortaba a vivir de otra manera. No necesitaba insistir ni presionar a los demás para obtener una respuesta generosa. Servía con sencillez el banquete del Evangelio que atrae por sí mismo, por su propia hermosura. Movido por el Espíritu Santo, Francisco salía permanentemente de sí mismo para adorar, para reconocer la belleza de las cosas, para servir con humildad a quien lo necesitara, para perdonar a quien lo ofendía. Su pequeña existencia, por estar completamente apoyada en el "altísimo y buen Señor", era una inestimable combinación de ternura y de vigor.
Su mensaje y la belleza de su testimonio provocaban conversión y reconciliación fraterna por donde pasaba. El beso que dio a un leproso refleja su capacidad de mirar a los demás con la mirada de Dios. Y el Espíritu Santo lo identificó tanto con Cristo, que le regaló las llagas que recibió en las manos, en el maravilloso encuentro con Jesús que vivió en el monte Alvernia. Es bello dejarse transformar por el Espíritu Santo de esa manera, porque mientras más nos parecemos a Jesús, más alegría podemos experimentar en la vida. Invoquemos al Espíritu Santo para que podamos vivir esa transformación.
lunes, 3 de octubre de 2016
03 de Octubre
"Espíritu Santo, hay aspectos de mi
vida que no están sanados, hay partes de mi ser que no están bien. Hay
sectores de mi existencia donde no te he dejado entrar. Por eso mis
alegrías siempre tienen manchas. Por eso siempre están dando vueltas las
sombras de la tristeza y de la confusión.
Ven Espíritu Santo. Hoy quisiera mostrarte todo, sin pretender ocultarte nada. Quisiera que dialogáramos sobre las sombras que llevo dentro. Ven Espíritu Santo, porque quiero descubrir ante tu mirada mis más profundas rebeldías, esas cosas que no acepto de la vida. Quiero sacar afuera, con total sinceridad, esos reclamos y protestas que no me atrevo a expresar, pero que siempre merodean en mi interior revuelto.
Apaga mis enojos, aplaca mis quejas más escondidas, serena todo ese mundo inquieto que llevo dentro, cura todo rencor, todo mal recuerdo, toda desilusión. Nada de todo eso vale la pena. Son interferencias en el camino de la felicidad.
Por eso, ven Espíritu Santo, tú que puedes liberarme, ven."
Ven Espíritu Santo. Hoy quisiera mostrarte todo, sin pretender ocultarte nada. Quisiera que dialogáramos sobre las sombras que llevo dentro. Ven Espíritu Santo, porque quiero descubrir ante tu mirada mis más profundas rebeldías, esas cosas que no acepto de la vida. Quiero sacar afuera, con total sinceridad, esos reclamos y protestas que no me atrevo a expresar, pero que siempre merodean en mi interior revuelto.
Apaga mis enojos, aplaca mis quejas más escondidas, serena todo ese mundo inquieto que llevo dentro, cura todo rencor, todo mal recuerdo, toda desilusión. Nada de todo eso vale la pena. Son interferencias en el camino de la felicidad.
Por eso, ven Espíritu Santo, tú que puedes liberarme, ven."
domingo, 2 de octubre de 2016
02 de Octubre
Nosotros somos
débiles y llevamos dentro muchas inclinaciones que nos arrastran a la
mentira, al egoísmo, a buscar sólo el placer y la comodidad, a procurar
nuestro propio bien aunque eso pueda perjudicar a otros, a encerrarnos
en nuestras necesidades egoístas. Y nosotros no podemos dominar esos
instintos si no nos dejamos sostener y fortalecer por el Espíritu Santo.
Pero muchas veces nos engañamos. Creemos que nos dominamos a nosotros
mismos, porque dominamos el ansia de comer, o porque no engañamos al
cónyuge; pero quizás no sabemos dominar otras cosas: la vanidad, la
tristeza o el egoísmo, por ejemplo. Cada uno tiene sus propias
debilidades, y lo peor que nos puede pasar es que las ocultemos para
engañarnos y engañar a los demás, porque de ese modo no podremos crecer.
San Pablo nos
recomienda insistentemente: "Les encargo que procedan según el Espíritu y
no ejecuten los deseos del instinto natural. Porque ese instinto desea
contra el Espíritu, y el Espíritu contra el instinto... Si vivimos por
el Espíritu, sigamos al Espíritu" (Gálatas 5,17.25).
No dejemos que
nuestras inclinaciones más egoístas nos dominen y nos enfermen. Mejor
entreguemos al Espíritu Santo el dominio de esas inclinaciones, y
elijamos lo que el Espíritu nos propone.
sábado, 1 de octubre de 2016
01 de Octubre
Hoy recordamos a Santa Teresita de
Lisieux. En ella podemos reconocer la generosa ternura que puede
infundir el Espíritu Santo en nuestras vidas.
Ella vivió y creció con una bella conciencia de ser inmensamente amada por Jesucristo. Por eso desde niña ansiaba consagrarse a Dios en la clausura; entonces se hizo carmelita. Pero su amor a Jesús no era sólo un deseo de vivir tranquila, abrazada por el Señor. Porque el Espíritu Santo le hizo ver con claridad que quien ama a Jesús se identifica con su deseo, empieza a desear lo que Jesús desea. Por lo tanto, su pasión era ser un instrumento de Jesús para hacer el bien.
Teresita no sentía un gran atractivo por la tranquilidad del cielo. Más bien le interesaba que en el cielo podría estar más cerca de Jesús para que su oración fuera más eficaz y pudiera interceder por nosotros con más fuerza. Eso se expresaba en su promesa de que después de su muerte haría caer una lluvia de rosas.
Pero lo que más se destaca en su vida es la infancia espiritual. No se trata de un infantilismo débil o romántico, sino de una actitud valiente y grandiosa: renunciar a la miserable tentación de creernos dioses todopoderosos, de sentirnos el centro del universo o de pensar que somos más que los demás. Hacerse como niños es confiar sin reservas en el amor de Dios, y así no necesitar más dominar a los demás, aprovecharse de ellos o buscar con desesperación sus elogios y reconocimientos. Teresita vivió a fondo esta actitud gracias a la obra transformadora del Espíritu Santo.
El Evangelio nos invita a recuperar la actitud de humilde confianza que caracteriza a los niños; el Reino de Dios debe ser recibido con esa confianza, propia del que sabe que solo no puede. Así como un niño que en los momentos de temor reclama sinceramente la presencia de su Padre, el corazón tocado por el Espíritu Santo ha renunciado a su autonomía, sabe que necesita de su poder, que sin él no tiene fuerza ni seguridad, que en él está la única verdadera fortaleza.
Ella vivió y creció con una bella conciencia de ser inmensamente amada por Jesucristo. Por eso desde niña ansiaba consagrarse a Dios en la clausura; entonces se hizo carmelita. Pero su amor a Jesús no era sólo un deseo de vivir tranquila, abrazada por el Señor. Porque el Espíritu Santo le hizo ver con claridad que quien ama a Jesús se identifica con su deseo, empieza a desear lo que Jesús desea. Por lo tanto, su pasión era ser un instrumento de Jesús para hacer el bien.
Teresita no sentía un gran atractivo por la tranquilidad del cielo. Más bien le interesaba que en el cielo podría estar más cerca de Jesús para que su oración fuera más eficaz y pudiera interceder por nosotros con más fuerza. Eso se expresaba en su promesa de que después de su muerte haría caer una lluvia de rosas.
Pero lo que más se destaca en su vida es la infancia espiritual. No se trata de un infantilismo débil o romántico, sino de una actitud valiente y grandiosa: renunciar a la miserable tentación de creernos dioses todopoderosos, de sentirnos el centro del universo o de pensar que somos más que los demás. Hacerse como niños es confiar sin reservas en el amor de Dios, y así no necesitar más dominar a los demás, aprovecharse de ellos o buscar con desesperación sus elogios y reconocimientos. Teresita vivió a fondo esta actitud gracias a la obra transformadora del Espíritu Santo.
El Evangelio nos invita a recuperar la actitud de humilde confianza que caracteriza a los niños; el Reino de Dios debe ser recibido con esa confianza, propia del que sabe que solo no puede. Así como un niño que en los momentos de temor reclama sinceramente la presencia de su Padre, el corazón tocado por el Espíritu Santo ha renunciado a su autonomía, sabe que necesita de su poder, que sin él no tiene fuerza ni seguridad, que en él está la única verdadera fortaleza.
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