Al terminar el año es bueno dejarlo todo
en la presencia de Dios, decirle que queremos que todo lo bueno que
hemos vivido sea para su gloria, y pedirle al Espíritu Santo que
purifique todo lo que no ha sido santo, bello y bueno.
En un año el Espíritu Santo ha hecho
muchas cosas en nuestra vida, ha trabajado secretamente en nuestro
interior y nos ha enseñado secretos de sabiduría. De nuestras angustias,
fracasos, errores y sufrimientos, también ha sacado cosas buenas,
aunque nosotros no alcancemos a descubrirlas.
Demos gracias al dulce huésped del alma,
por su presencia discreta y constante, por su tierna paciencia con
nosotros, y sobre todo por su infinito amor, que puede darle sentido a
todo lo que hemos vivido.
Y para poder comenzar mañana un año mejor, invoquémoslo con toda el alma: "¡Ven Espíritu Santo!".