El
Padre Dios y su Hijo Jesús viven en nosotros y nos santifican, pero lo
hacen regalándonos el Espíritu Santo. Por eso, podemos decir que el
Espíritu Santo es el que toca nuestro interior, el que hace la obra más íntima, el que derrama el amor en nuestras fibras interiores.
Es
cierto que el Espíritu Santo siempre nos une a Jesús y al Padre Dios;
pero es él quien nos transforma íntimamente para que seamos parecidos a
Jesús y nos volvamos cada vez más agradables al Padre.
Los
santos padres de la Iglesia utilizaban algunos ejemplos para destacar
esa obra tan íntima del Espíritu Santo. Le llamaban, por ejemplo, el dedo
de Dios, porque él toma contacto con nuestro corazón y lo sana, lo
libera, lo purifica. También decían que es como la punta de un rayo.
Porque el Padre Dios es como la fuente oculta de energía que habita en
el cielo, el Hijo es el relámpago que lo manifiesta con su luz, y el
Espíritu Santo es como la punta de ese rayo que quema la tierra.
También
decían que las tres Personas de la Trinidad son como el agua que sacia
nuestra sed. Pero el Padre es el manantial deseado de donde brota el
agua, el Hijo son los chorros de agua que lo manifiestan y nos alegran, y
el Espíritu Santo es el agua que nosotros bebemos y nos refresca.
Gracias por tu gran apostolado de publicarlo diariamente. Nestor
ResponderBorrarQue belleza Espíritu Santo. Nuestra fuerza y nuestro amor: gracias Padre.
ResponderBorrarY muchas gracias por los que hacen posible recibir estos mensajes. Bendiciones queridos hermanos