Cuando alguien está sereno y pacificado por dentro, es capaz de
percibir la armonía que hay en el universo; pero si está inquieto y
perturbado, todo lo que ve y escucha le parece fuera de lugar.
De hecho, cuando una persona está en armonía por dentro, cuando va al
campo es capaz de gozar percibiendo la armonía que hay entre todos los
sonidos que se escuchan al atardecer.
Los distintos
pájaros, las vacas, el ruido del pasto y de las ramas que se mueven,
algunas voces, y hasta los rumores de la carretera que se oyen lejanos.
Todo produce una preciosa armonía.
Pero la persona que no está
pacificada por dentro se siente molesta por esos sonidos. Quisiera un
silencio absoluto, o desearía oír sólo algunos de esos sonidos, y no
otros. Quiere que el mundo se adapte a sus pretensiones. Y no encuentra
calma.
Por eso, tenemos que descubrir que lo más importante no
es que el mundo cambie, sino que cambiemos nosotros. Pidamos al Espíritu
que armonice nuestro interior, para que así podamos estar en armonía
con la vida.
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