Una de las maneras más frecuentes de expulsar al Espíritu Santo es cuando fomentamos la nostalgia por el tiempo que va pasando, por la vida que se nos va de las manos, por la juventud que no se detiene, o ya pasó, y no vuelve más. Nos vamos desgastando y hay cosas que ya no podremos vivir. Nos duele sentir que hemos desperdiciado muchas oportunidades para ser felices, y tememos que siga pasando el tiempo y lloremos lo que no hemos sabido vivir.
Olvidamos que hay una forma de vivir que hace que el paso del tiempo no sea ir destruyéndose o perdiendo vitalidad. Hay una forma de vivir que hace que el paso del tiempo sea un enriquecimiento cada vez mayor, un camino hacia una vida cada vez más plena, un itinerario hacia una juventud cada vez más llena de vitalidad interior. Para un árbol, para un vino, para una perla preciosa, el paso del tiempo no es un dramático desgaste o debilitamiento; al contrario, es una maduración que los va mejorando, los va enriqueciendo, los va fortaleciendo. Lo mismo sucede con el espíritu humano.
Decía San Pablo: "cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando de día en día" (2 Corintios 4,16)
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