Para cambiar el mundo es necesario que
demos el testimonio de una vida ejemplar, que seamos modelos de entrega,
de responsabilidad, de generosidad, de honestidad, de alegría. Pero
también, algunas veces, es necesario hablar de Jesús. Con respeto, con
delicadeza, con humildad, pero también con convicción, amor y
entusiasmo, hablar de él. Normalmente no hacen falta muchas palabras.
Hay formas sencillas de hablar de él y de reconocer nuestra fe. Por
ejemplo, teniendo una imagen suya en la entrada de nuestra casa, o
llevando un rosario en el cuello, o bendiciendo la mesa. Son pequeños
testimonios que hacen presente a Jesús en el mundo.
El Espíritu Santo no nos hará
completamente perfectos en esta vida, pero nos ayudará a sacar lo mejor
de nosotros mismos, para que Jesús se refleje en nuestra forma de vivir.
Ese testimonio, si es auténtico, termina
contagiando, y cambiando las cosas. No cambiaremos el mundo entero,
pero si nos dejamos llevar por el Espíritu Santo, algo cambiará en
nuestro pequeño mundo, y eso en definitiva será bueno para todos.
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