El
Espíritu Santo nos llama, a cada uno de nosotros, a llevar el Evangelio a
los demás. Pero nuestra debilidad siempre nos lleva a poner excusas y a
seguir en la comodidad. Por eso es bueno que hoy recordemos a San
Francisco Javier, para descubrir hasta qué punto el Espíritu Santo nos
puede sacar de la comodidad.
Francisco
Javier fue uno de los siete primeros integrantes de la comunidad de San
Ignacio de Loyola que luego se llamaría Compañía de Jesús.
Viajó
a Venecia con la intención de embarcarse para llegar a Tierra Santa.
Allí se dedicó a atender enfermos en el hospital de incurables, donde
transmitía el amor y el consuelo de Dios con una deslumbrante piedad. No
pudo viajar a Jerusalén debido a la guerra de Venecia con los turcos.
Pero realizó su incontenible deseo de evangelizar ofreciéndose al Papa
para evangelizar en Asia. El Papa lo nombró legado suyo para todo el
extremo Oriente. Se embarcó, y en el viaje no perdió tiempo. Convirtió a
toda la tripulación.
Llegado
a la india, comenzó una travesía marcada por permanentes gestos de
heroísmo, de arrojo sin medidas y de sacrificada valentía. Cruzó ríos
caudalosos, desiertos y ciénagas, miles de kilómetros descalzo y
agobiado por el hambre y la sed. Predicaba sin pausa, convencía a los
indígenas y los bautizaba. Dejó comunidades cristianas, que todavía hoy
existen, en Ceylán, Malaca y las islas Molucas. Llegó al Japón y allí
introdujo la fe. Cuando salió de Japón había dos mil cristianos, que
posteriormente fueron perseguidos, y varios murieron mártires.
Francisco
Javier agonizó rezando por los indígenas y rogando a sus compañeros que
no abandonaran las misiones. Se calcula que a lo largo de su tarea
misionera convirtió a unas treinta mil personas.
Dejémonos
movilizar por su ejemplo, y pidamos al Espíritu Santo que sane nuestras
comodidades y cobardías y nos mueva a llevar el Evangelio con fervor
incansable.
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