Los que han dado su sangre por Cristo muestran hasta
qué punto el Espíritu Santo puede fortalecernos. A veces pensamos que
nunca seríamos capaces de soportar ciertas cosas, pero olvidamos que el
Espíritu Santo puede fortalecernos de una manera maravillosa. Eso se ve
claramente en los mártires.
Hoy la Iglesia celebra a San Pablo
Miki y a otros 25 mártires, en su mayoría japoneses, que dieron su vida
por Cristo el 5 de febrero de 1597. Son los primeros mártires de la
época moderna. Hasta ese momento, la Iglesia veneraba sobre todo a los
mártires de los primeros siglos, y cuando pensaba en el martirio
recordaba a esos mártires de un pasado lejano. Pero cuando los
cristianos se empeñaron decididamente en la evangelización de Asia, y se
apasionaron por plantar la Iglesia en Japón y en otros países lejanos,
entonces el martirio volvió a aparecer en abundancia, como semilla de
nuevas comunidades. En 1597 dan la vida nueve misioneros jesuitas y
franciscanos, junto con 17 laicos (un catequista, un médico, un soldado,
tres monaguillos, etc.). Murieron crucificados a las afueras de
Nagasaki sólo por pretender vivir públicamente su fe.
Los
mártires que hoy celebramos, en su mayoría misioneros o predicadores,
nos muestran hasta qué punto podemos entregarnos a la misión
evangelizadora. Murieron dignamente, unos cantando, otros sonriendo,
otros invocando a Jesús y a María, o exhortando a los testigos de la
masacre a ser fieles al Evangelio.
Por otra parte, la multitud de creyentes que presenciaban el acto, los alentaba diciéndoles que pronto estarían en el paraíso.
En
las Actas de los Santos se narra que Antonio, uno de los laicos
crucificados, se puso a cantar un salmo "que había aprendido en la
catequesis de Nagasaki". Pidamos al Espíritu Santo que nos haga capaces
de entregarnos hasta el fin, cantando y orando.
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