El autor nos conduce en estos cinco minutos diarios para abrirnos al Espíritu de Dios y percibir la fuerza de su consuelo. Meditaciones, oraciones y reflexiones que nos ofrecen la posibilidad de recorrer, a lo largo del año, un profundo camino de crecimiento espiritual...
"Ven Espíritu Santo. Ilumíname para que sepa decir las mejores palabras, esas que puedan hacer bien a los demás. Tómame Espíritu Santo, para que a través de mis gestos se exprese el amor de Jesús y los demás puedan crecer en la amistad que les ofreces. Dame flexibilidad y apertura, para que me adapte con sencillez a las necesidades de los otros. Dame un oído atento, para escuchar lo que tú me digas a través de ellos. Fecunda y reaviva los carismas que derramaste en mi vida para cumplir mi misión en el mundo. Guíame, Espíritu Santo. No dejes que confunda el camino. Enséñame a discernir, para que no me desgaste cuidando la apariencia o buscando fama. No dejes que ponga mi apoyo en falsas seguridades que me alejan de ti. Toca mi interior, Espíritu Santo, para que viva de ti, para que me deje llevar por ti donde quieras, como quieras, cuando quieras. Para que mi camino me oriente siempre a ti, para que siempre esté contigo, para que sepa de verdad que sólo en ti está la fuente de la vida. Gracias, Espíritu Santo, porque puedo participar en la construcción del Reino de Dios, y así puedo crecer en tu amor.
Hoy contemplamos lo que hizo el Espíritu en la vida de Santa
Catalina de Siena. Por una parte, en ella vemos realizada la sabiduría de los
sencillos, porque Catalina era una mujer analfabeta, sin formación, que llegó a
explicar misterios profundos de la vida espiritual y fue capaz de sacar de sus
errores a muchos pretendidos sabios de su época. La acción del Espíritu en
quien se deja enseñar por él, produce la más alta sabiduría, e infunde en los
aparentemente débiles un arrojo incomprensible. La humilde e inculta Catalina
era capaz de dirigirse al Papa dándole consejos y de reprochar de frente las
debilidades de los obispos.
Además, el hombre o la mujer donde obra el Espíritu, que se
deja llevar en la existencia por el impulso de vida del Espíritu Santo, pierde
el temor al desgaste que pueda ocasionarle su misión; ya no le tiene miedo al
paso del tiempo, a la pérdida de energías, y cada vez experimenta una seguridad
mayor, prueba "gozo y paz en el Espíritu Santo" (Romanos 14,17). Por
la firme vitalidad que le ha ido dando el Espíritu con el paso de los años,
"en la vejez seguirá dando fruto, y estará frondoso y lleno de vida"
(Salmo 92,15).
La vida de Dios en nosotros nos hace experimentar, cuando
una parte de nosotros se va desgastando, que hay otro nivel de vida que va
creciendo: "Al cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas le acrecienta
la energía" (lsaías 40,29-31).
Es bueno que hoy pidamos al Espíritu Santo que derrame en
nosotros esa sabiduría de los humildes y esa fortaleza de los santos que se
dejan conducir por él.
Un manco puede ser feliz sin una mano.
Lo será si acepta que eso que le falta es sólo una parte, porque la vida
es mucho más que eso. Si lo piensa bien, reconocerá que, si no le
faltara eso, le faltaría otra cosa, porque nunca podemos tenerlo todo.
Porque nuestra vida será siempre algo limitado, pero no por eso deja de ser bella, a su manera. Que no se te escape.
Esto no significa no tener objetivos, no
tratar de alcanzar cosas nuevas, o dejar de proponerse algo más. Porque
eso también es parte de la felicidad. Pero siempre que uno ame y valore
más lo que tiene y no tanto lo que no tiene. Porque si uno ama mucho lo
que no tiene, y poco lo que sí tiene, siempre estará tristemente
insatisfecho, con una especie de vacío en el corazón.
El Espíritu Santo quiere abrirnos los
ojos para que aprendamos a vivir nuestra vida así como es, con sus
valores y sus límites, sin estar envidiando la vida ajena y
comparándonos con los demás.
Cada uno tiene que hacer su propio camino y recorrerlo con todo el corazón, porque tiene que vivir su vida, no la de los demás.
A veces hay que detenerse a mirar la
propia vida bajo la luz del Espíritu Santo, hasta que podamos reconocer
que también nuestra vida es bella, con todas sus imperfecciones,
carencias y límites. Dejemos que el Espíritu Santo nos ayude a
aceptarnos a nosotros mismos y a aceptar la vida, para emprender el
viaje de cada día con un corazón abierto.
Junto con la Persona del Espíritu Santo,
está la esperanza. Porque donde está presente el Espíritu Santo siempre
hay un futuro posible, siempre renacen los sueños, siempre se nos abre
algún camino.
El Espíritu es como una fuerza que nos
lanza hacia adelante, que no nos deja vivir sólo del pasado ni permite
que nos anclemos en lo que ya hemos conseguido.
Él impulsa, pero hace que nosotros
caminemos; no nos arrastra como a muñecos, sino que nos lleva a tomar
decisiones, a usar nuestros talentos, a organizamos, a trabajar juntos
por un futuro mejor, a buscar la justicia y la solidaridad:
"El Espíritu construye el reino de
Dios en el curso de la historia... animando a los hombres en su corazón y
haciendo germinar dentro de la vivencia humana las semillas de la
salvación definitiva" (Juan Pablo II, TMA 45).
Y aunque no podamos lograr ahora todo lo
que desearíamos, sabemos que el Señor le prepara a sus amigos una
felicidad que no tiene fin, allí donde rebosaremos de gozo en su
presencia gloriosa (Apocalipsis 21,1-5). Hacia esa Ciudad celestial, que
no podemos ni siquiera imaginar, nos quiere llevar el Espíritu Santo, y
él nos hace caminar con seguridad hacia esa feliz plenitud:
"La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Romanos 5,5).
La profundidad está en Dios, que es la perfección acabada de todo ideal humano. El Espíritu Santo es Dios, y él tiene la capacidad de tocarlo todo con su luz. Por eso puede hacernos capaces de reconocerlo también en los demás.
Si en los otros sólo vemos miseria, porque tenemos los ojos heridos, el Espíritu Santo puede manifestarse y hacernos descubrir muchas cosas preciosas que hay en los hermanos.
Con el Espíritu Santo, además, podemos liberarnos poco a poco de la superficialidad y de la incoherencia, y volvernos comprensivos, generosos, amables, sinceros, disponibles.
Su Palabra nos enseña que "quien dice que está en la luz pero no ama a su hermano, está todavía en las tinieblas" (1 Juan 2,9), y que "el que no ama permanece en la muerte" (1 Juan 3,14). Entonces, estamos descubriendo lo más importante: Si alguien quiere salir de la superficialidad y ser profundo, su camino es el amor a los hermanos.
Si yo no me encuentro con los demás, si no los amo, si no busco su felicidad, entonces nunca alcanzaré la profundidad y me engañaré a mí mismo con falsos misticismos. En cambio, si soy capaz de salir de la queja, de la crítica inútil, del egoísmo, y doy el salto del amor para encontrarme con los demás así como son, entonces se disipan las tinieblas y puedo ver con claridad. Sólo así puedo alcanzar la verdadera profundidad espiritual. Un acto de amor es lo más profundo y noble que puede vivir un ser humano.
El Espíritu Santo puede derramar ese amor en nuestros corazones y hacerlo crecer.
"Aquí estoy, Espíritu Santo, dispuesto a ofrecerte parte de mi tiempo. Escuché tu llamado al servicio y estoy intentando seguir a Jesús en esta misión que me confías. Necesito tu compañía y la fuerza de tu gracia. Dame un profundo gusto por mis tareas, un intenso fervor y una profunda alegría. No confío en mis fuerzas ni en mis capacidades sino en tu constante ayuda. Pero te ofrezco todo lo que soy, todas mis capacidades y talentos, mi imaginación y mi creatividad, mi inteligencia y mis energías, mi emotividad y mi capacidad de amor. Quiero que todo esté al servicio de tu gloria, para que el bien y la verdad puedan triunfar en esta tierra. Ven Espíritu Santo. Amén."
Quisiéramos vivir
con más profundidad, ser personas más espirituales, realmente
transformados por el Espíritu Santo. Pero no vemos grandes cambios en
nuestra vida. Si nos miramos a
nosotros mismos con sinceridad podremos descubrir que en nuestro
interior no está la profundidad que deseamos. Allí también hay límites e
incoherencias. Posiblemente encontremos mucho egoísmo allí adentro, y
lo que llamamos "amor al prójimo" quizás sea sólo una necesidad de
satisfacciones afectivas, quizás sea sólo una forma de egoísmo, de estar
encerrados en nuestras propias necesidades y de buscar a los demás sólo
para que nos hagan sentir bien. Por eso parece que ese amor se acaba
cuando los demás contradicen nuestros proyectos, cuando no nos dan la
razón, no nos elogian, o no dicen lo que nos interesa escuchar. Entonces, la incoherencia y el vacío también están dentro de nosotros mismos. Por eso, cuando
buscamos la soledad y nos encontramos con nosotros mismos a veces sólo
estamos escarbando en el vacío. Porque nuestra interioridad sólo tiene
vida y hermosura si allí está presente el Espíritu Santo, y si nos
dejamos cambiar por él. Sin esa luz del
Espíritu Santo, terminamos confundiendo a Dios con nuestros
pensamientos, con nuestra confusión mental, con nuestros sentimientos
tan cambiantes. Y Dios es mucho más que todo eso, mucho más. Si queremos ser verdaderamente profundos, busquemos al Espíritu Santo.
Algunos dicen que el Espíritu Santo es
solamente una energía. Pero nosotros creemos que la Biblia no dice eso,
sino que es una Persona.
En la Biblia, Espíritu es el
impulso de Dios, que interviene en el mundo y particularmente en el
hombre. En ese sentido, se aplica a la actividad de las tres Personas de
la Trinidad que obran unidas.
Pero hay textos donde la expresión Espíritu se refiere a alguien,
indica una Persona distinta del Padre y del Hijo. Así lo vemos, por
ejemplo, en el Evangelio de Juan. Allí se le da también el nombre de
Paráclito, y se le llama el otro Paráclito, para distinguirlo de Cristo; y se le atribuye la misión de recordarnos lo que Cristo enseñó. Se dice, por otra parte, que el Padre lo envía. Se le menciona con el pronombre aquél,
que no se utiliza para referirse sólo a una energía o a un impulso
impersonal, sino para hablar de una Persona (Juan 14,26; 16,7-15).
También podríamos mencionar 1 Corintios
12,11 donde se le atribuye un poder de decisión personal: reparte los
dones como él quiere. Finalmente, mencionemos Gálatas 4,6, donde se dice
que el Espíritu clama "Padre", lo cual remarca que se distingue del
Padre.
Sin embargo, aunque es una Persona
distinta, el Espíritu no permite que nos detengamos en él, porque
siempre nos orienta a Cristo, y al Padre. Lo que él nos comunica es lo
que recibe de Cristo (Juan 16,14-15), y lo que nos recuerda son las
enseñanzas de Cristo. Pero además, él nos hace clamar: "Padre" (Gálatas
4,6; Romanos 8,15). Él, con la seducción sublime de su gracia, hace que
nos enamoremos de Cristo y que nos dejemos atraer por Dios Padre.
Pidamos al Padre Dios que derrame en nosotros ese magnífico regalo del Espíritu Santo, porque su Palabra lo ha prometido:
"Y si ustedes, que son malos, saben
dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el
Espíritu Santo a los que se lo pidan" (Lucas 11,13).
G
M
T
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"Ven Espíritu Santo, ven Señor,
glorioso, con una hermosura que ni siquiera se puede imaginar. No
permitas que yo adore cualquier cosa de la tierra. No dejes que me llene
de ansiedad detrás de las cosas de este mundo, porque ningún ser de
este mundo vale tanto, nada es absoluto.
Espíritu Santo, cura mi ansiedad con
tu mirada. Tú eres armonía pura. En ti no hay aburrimiento ni ansiedad.
Tú eres vida intensa y plena, pero al mismo tiempo eres una inmensa
serenidad. Por eso, si tú invadieras mi vida, mi ansiedad se sanaría por
completo.
Libérame, Espíritu Santo, de todas
las ataduras interiores que me llevan a la inquietud interior, al
activismo enfermizo y al desorden. Dios de paz, armoniza mis
pensamientos y mis energías.
Ordena mi vida para que pueda vivir
mejor en tu presencia. Sana la ansiedad que me enferma, por querer
lograr la aprobación de todos.
Derrama en mí tu gracia para que pueda trabajar intensamente, pero sin ansiedades y nerviosismos.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
G
M
T
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Tenemos que decir que las tres Personas
de la Trinidad habitan en nosotros porque están permanentemente dándonos
la vida. Así viven en nosotros como el Creador en su criatura amada.
Pero cuando estamos en gracia de Dios esa presencia es mucho más
maravillosa, porque habitan en nosotros como Amigos, y todo lo bueno que
podamos hacer nos va acercando cada vez más a una intimidad amorosa con
Dios, a un conocimiento profundo, a la vida eterna.
Además, cuando estamos en gracia de
Dios, podemos decir que de un modo especial habita en nosotros el
Espíritu Santo, que es el "dulce huésped del alma". Porque cuando
estamos transformados por la gracia, el Padre y el Hijo están derramando
en nuestra intimidad el Espíritu Santo, que experimentamos en la
vivencia del amor.
Por ejemplo, cada vez que confesamos
nuestros pecados, o recibimos la Eucaristía, lo más importante que se
derrama en nosotros junto con la gracia es el amor, y así, movidos por
la gracia, podemos hacer actos de amor cada vez más bellos. Ese amor
está particularmente unido al Espíritu Santo, y es un reflejo de lo que
es el puro amor. Por eso podemos decir que el Espíritu Santo habita en
nosotros de un modo especial, y que en los Sacramentos lo recibimos a él
de una forma particular.
Cuando entre nosotros nos unimos con un
amor sincero y generoso, estamos reflejando el Misterio del Espíritu
Santo, que es al Amor que une al Padre y al Hijo. Recordemos que, cuando
nos queremos entre nosotros, estamos haciendo una profunda experiencia
de lo que es el Espíritu Santo:
"El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Romanos 5,5).
Pero eso se realiza cuando nos amamos de
verdad, respetando la diversidad, aceptando que los demás sean
diferentes. Compartimos con ellos toda nuestra vida, pero no les
exigimos que sean todos iguales.
Esa unidad en la diversidad es un
reflejo del Espíritu Santo, porque él une al Padre y al Hijo, que son
distintas Personas, pero que comparten todo lo que son en un amor
infinito.
Cuando vivimos unidos en el amor,
respetándonos y valorándonos, estamos reflejando ese Misterio infinito
de las tres Personas divinas.
Al Espíritu Santo se lo suele representar como una paloma: "Contemplé al Espíritu, que bajaba del cielo como una paloma, y se posaba sobre él" (Juan 1,32).
¿Por qué una paloma?
Podríamos
pensar en su suavidad, en la blancura, en la delicadeza. También
podríamos decir simplemente que viene del cielo, de la presencia de
Dios. Pero en realidad, la primera vez que aparece una paloma en la
Biblia es para anunciar el fin del diluvio (Génesis 8,11), para traer el
gozo de la liberación y de la vida nueva.
El
Espíritu Santo sólo trae buenas noticias. Es enviado por el Padre como
mensajero de paz y de esperanza. Por eso, al posarse sobre Jesús, está
diciendo: "Esta es la buena noticia, aquí está el Salvador; éste es el que viene a liberar, a sanar, a devolver la paz y la justicia".
Cuando
el Espíritu Santo aletea y se asienta en nuestro interior, nos hace
experimentar el consuelo y la esperanza, nos hace levantar los ojos, nos
ilumina la mirada, nos permite descubrir que en medio de tantas
miserias hay algo sobrenatural que puede cambiar las cosas. Es la paloma
que trae noticias de esperanza.
"Hoy quiero contemplarte, Espíritu Santo, junto al Padre y al Hijo, en esa Trinidad santísima.
Dame tu gracia para reconocer tu hermosura, ese misterio profundo de Dios.
Porque tú vives junto al Padre y al Hijo en una infinita comunicación de amor.
Así descubro que Dios es comunidad, y que cada uno de nosotros ha sido creado según ese modelo divino.
Por eso, Señor, cuando te contemplo,
reconozco que no puedo vivir solo, que en lo más profundo de mí ser está
el llamado a vivir con otros, en unidad y amor.
Puedo ver una vez más que nadie vive con dignidad si escapa de los demás, o si es excluido de la vida social.
Y así, Dios mío, contemplo tu misterio de amor y de unidad que puede sanar las divisiones, los egoísmos y el individualismo.
Tómame como instrumento de tu amor
infinito, Espíritu Santo, para que pueda evangelizar sembrando comunión
fraterna, justicia y solidaridad.
Nosotros somos templos del Espíritu Santo. Por eso San Pablo reprochaba con preocupación: "¿No saben que son templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?" (1 Corintios 3,16).
Muchas veces nos sentimos indignos
porque dentro de nosotros habitan muchas cosas oscuras: rencores, malas
intenciones, recuerdos dolorosos, egoísmos, etc. Entonces de alguna
manera nos despreciamos a nosotros mismos. Sin embargo, la Palabra de
Dios nos invita a reconocer nuestra dignidad, porque el mismo Espíritu
Santo quiere habitar en nosotros. En realidad, él ya vive en nosotros,
pero quiere penetrar más y más hasta transformar e iluminar el más
escondido rincón de nuestra vida. Eso a veces nos da un poco de temor,
porque no queremos ser invadidos. Sin embargo, nada malo puede hacernos
el Espíritu de vida. Al contrario, donde él entra abunda la paz, la
alegría, la libertad. Es bello descubrir que él mismo, el infinito, el
bellísimo, el poderoso, la pura luz, quiere habitar cada vez más dentro
de mí. Yo soy pequeño, soy pobre, soy limitado, pero el Espíritu divino
desea habitar en mí. ¡Gracias Señor!
Podemos
imaginar al Espíritu Santo como si fuera agua que se derrama, que
inunda, que penetra. Jesús prometió derramar torrentes de agua viva, y
dice el Evangelio que se refería al Espíritu Santo (Juan 7,37-39).
En
la Biblia el agua no aparece sólo con la función de limpiar o
purificar, sino sobre todo con la misión de dar vida, de regar lo que
está seco para que puedan brotar las semillas, crecer las hojas verdes,
producir frutos en abundancia: "A la orilla del río, en los dos
lados, crecerá toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas, ni
sus frutos se acabarán; darán cosecha cada luna, porque los riegan aguas
que manan del santuario" (Ezequiel 47,12). Los profetas lo habían anunciado:
"Brotará un manantial en el templo del Señor" (Joel 4,18; Zacarías 14,8).
"Voy a derramar agua sobre la tierra seca, y torrentes en el desierto" (lsaías 44,3).
"Sacarás agua con alegría del manantial de la salvación" (lsaías 12,3).
El
agua prometida es el Espíritu Santo, que brota para nosotros del
costado de Jesús resucitado. Es agua para regar esa tierra reseca y
agrietada de nuestra vida, para que podamos dar fruto abundante, para
que nos alegremos en la cosecha.
"Ven Espíritu Santo. Te ruego que me
enseñes a orar, que me ayudes a destruir las falsas imágenes que tengo
de ti. Quiero cambiar todas las costumbres y estructuras que ya no me
sirvan para encontrarme contigo.
Que todo mi ser entre en tu
presencia, que pueda adorarte con todo lo que soy y te permita entrar en
todas las dimensiones de mi ser: en mi mente, en mi imaginación, en mis
afectos, en mi cuerpo.
Entra también en mi vida cotidiana,
para que te reconozca en medio de mis trabajos, mis relaciones, mis
proyectos, mis límites, mis angustias, mis alegrías, mis sueños.
Despierta en mi corazón el deseo de ti, alimenta con tu fuego las ansias
de ti, el hambre de tu amor, el anhelo de tu amistad y de tu
presencia.
Atráeme, Espíritu Santo, hacia el
amor sin límites, hacia ese abismo de vida que eres tú. Llévame contigo
hasta las cumbres de la vida mística, para que conozca todo lo que eres
capaz de hacerme probar. Dame audacia y valentía para atreverme a esa
aventura, para que puedas penetrarlo todo.
Quiero entrar en tu amistad con toda
mi sinceridad, para que bañes con tu luz todo lo que vivo. Toca mi
interior, mi Dios, para que viva de ti, para que sepa de verdad que en
ti está la fuente de la vida.
Pido la luz al Espíritu Santo para
descubrir cuáles son mis profundas esclavitudes, qué cosas me hacen
sufrir inútilmente, qué cosas me quitan la alegría de vivir, de dónde
vienen las tristezas, los rencores, las insatisfacciones que llevo
dentro.
Trato
de enfrentar con claridad esas esclavitudes ante la mirada de Cristo, y
tomo conciencia de mis planes: ¿realmente quiero liberarme de esas
esclavitudes, o en el fondo prefiero seguir así?
Pido
al Espíritu Santo la gracia de descubrir que él es la verdadera
libertad, y me detengo a pedir con insistencia el deseo de liberarme y
de recuperar el aire, el entusiasmo por vivir, las ganas de crecer y de
amar, el gozo de ser amigo de Jesús.
Me
imagino cómo sería mi vida cotidiana, mi trabajo, mi encuentro con los
demás, si dejara que el Espíritu Santo me diera la verdadera libertad.
Trato de salir de la oración dispuesto a vivir así en cada momento.
El Espíritu
Santo es amor, y por eso siembra la unidad, motiva la fraternidad,
impulsa al encuentro y al diálogo. Pero para aprender a dialogar es
necesario ejercitar los dones que nos regala el Espíritu Santo.
Nunca
perdemos el tiempo si nos detenemos a dialogar con alguien, por más
superficial que nos parezca. Siempre nos ayudará a no encerrarnos en
nuestras propias ideas e intereses, nos exigirá abrir la mente y el
corazón. Dialogar con los demás es una gran ayuda para nuestro
crecimiento espiritual, para mantenernos psicológicamente sanos, para no
evadirnos de la realidad que nos supera.
Los que vivimos en el
mundo estamos llamados a encontrar a Dios en el encuentro con los demás.
Porque Dios habla y ofrece su amor también en medio de la gente a la
cual él mismo nos envía.
El Espíritu Santo otorga permanentemente
luces e impulsos en medio de una conversación; la presencia de Cristo
resucitado es tan real en medio de un encuentro fraterno como en los
momentos de silencio y quietud.
Pidamos al Espíritu Santo que él nos enseñe el arte de dialogar.
"Espíritu
Santo, te doy gracias por tu llamado de amor, porque me permites
colaborar con tu obra y me das fuerzas para servirte. Acepto la misión
que me has confiado para extender el Reino de Jesús. Quiero mirar el
mundo con los ojos de Jesús, con la luz del Evangelio. Ayúdame Espíritu Santo, a reconocer los desafíos del mundo de hoy, para que pueda ofrecer mi humilde aporte. En un mundo que está perdiendo muchos valores preciosos, enséñame a comunicar el estilo de vida de tu Evangelio. En
un mundo donde muchos te buscan pero equivocan el camino, ayúdame a
mostrar la belleza de tu Palabra con todas sus exigencias. En un
mundo donde muchos hermanos sufren injustamente la miseria y son
excluidos de la vida social, transfórmame en un instrumento de
solidaridad y de justicia. En
un mundo donde crecen el individualismo, la competencia y las
divisiones, conviérteme en un instrumento de diálogo, de unidad y de
paz. Ven Espíritu Santo. Amén."
"Espíritu
Santo, creo en ti, espero en ti, te amo. Sólo tú mereces la adoración
del corazón humano y sólo ante ti debo postrarme. Sólo tú eres el Señor,
glorioso, con una hermosura que ni siquiera se puede imaginar. Por eso
Señor, no permitas que yo adore cualquier cosa como si fuera un dios,
porque ningún ser y nada de este mundo vale tanto. Te reconozco a ti como dueño, Señor de mi vida. No permitas que pierda la serenidad y la alegría por cosas que no valen tanto. Sólo abandonándome a ti podré sanar mis angustias, sabiendo que nada de este mundo es absoluto. Señor
mío, dame un corazón humilde y libre, que no esté atado a las
vanidades, reconocimientos, aplausos. Dame un corazón simple que sea
capaz de darlo todo, pero dejándote a ti la gloria y el honor. Dame ese desprendimiento Espíritu Santo, libérame del orgullo, para que pueda trabajar buscando tu gloria. Ven
Espíritu Santo, para que pueda proclamar a Jesús como único Señor y
dueño de todas mis cosas, de todo lo que vivo, de todo lo que soy y de
todo mi futuro. Ven Espíritu Santo. Amén."
Para alcanzar la verdadera libertad
tengo que ser completamente sincero ante el Señor, reconocer que estoy
atado a diversas esclavitudes, desenmascararlas con toda claridad, y
reconocer también que todavía no estoy dispuesto a entregar esos
venenos. Sólo debo comenzar pidiendo al Espíritu Santo la gracia de
desear la verdadera libertad interior.
Así, poco a poco irá
surgiendo el deseo profundo y sincero de entregar esas esclavitudes.
Entonces el Espíritu podrá hacerme libre, para que recupere la alegría,
el dinamismo, la paz. Aunque yo todavía no sepa cómo, y aunque le tenga
miedo a la novedad, el Espíritu Santo se encargará de hacerme alcanzar
los mejores momentos de mi vida. Porque sólo el que tiene la libertad
del Espíritu puede ser auténticamente feliz.
Mi
libertad sin el Espíritu Santo es pura apariencia, porque él es la
libertad plena. Donde está él presente hay vida, y si él se retira todo
desaparece. Pero además, mientras más esté él presente con su gracia,
con su impulso, con su amor, más libre soy. Porque él es pura libertad.
Si no dejo que él me impulse, entonces me dejo impulsar por mis deseos,
mis insatisfacciones, mi necesidad de poseer, y así cada vez necesito
más cosas para sentirme bien, y nada me conforma. Por
eso, en lugar de ser libre, me vuelvo un triste esclavo de mis impulsos
naturales, y me convierto en una veleta descontrolada que se mueve donde
la lleva el viento. Termino perdiendo mi libertad. ¿Quién puede decir
que tiene un corazón libre si está infectado y ahogado por los rencores,
las tristezas, los deseos egoístas, el orgullo, y nunca se siente
satisfecho, y va perdiendo la alegría en ese dolor de la insatisfacción?
Mejor busquemos la libertad del Espíritu.
La libertad es un sueño y un proyecto, es algo que debe ser
conquistado, alcanzado poco a poco con la gracia del Espíritu Santo.
Dice San Pablo que "donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Corintios 3,17).
Santo Tomás de Aquino lo explicaba así:
"Cuanto más uno tiene la caridad tanto más tiene la libertad, porque
donde está el Espíritu del Señor está la libertad. Quien tiene la
perfecta caridad tiene en grado eminente la libertad" (2 Corintios,
3,17; Lect. 3). ¿Qué significa esto?
Nosotros no tenemos
que comprar la amistad divina con nuestro buen comportamiento (Gálatas
2,21; 5,4). Porque esa amistad es infinitamente más grande que nuestras
fuerzas. Es un regalo. Además, en el fondo, aunque no cometamos ningún
pecado, no podemos liberarnos del egocentrismo del corazón con nuestras
propias fuerzas (1 Corintios 4,4-5). Por lo tanto, no es tan importante
el esfuerzo por cumplir cosas como el dejarse llevar por el Espíritu
Santo. Si él nos llena con su gracia, el corazón se reforma, y se nos
hace espontáneo hacer obras de amor; ya no hacemos las cosas buenas por
obligación, o para sentirnos importantes, sino porque surgen de modo
espontáneo del corazón transformado por el Espíritu. Es bello poder amar
así, libremente, bajo el impulso del Espíritu Santo.
"Ven Espíritu Santo. Sin ti no hay vida que valga la pena. Por eso, desde mis dudas, temores, cansancios y debilidades quiero invocarte. Ven, Espíritu Santo, a regar lo que está seco, ven a fortalecer lo que está débil, ven a sanar lo que está enfermo. Transfórmame, restáurame, renuévame con tu acción íntima y fecunda. Desde mi pequeñez me convierto en mendigo confiado de tu auxilio. Te suplico que vengas a sanarme del egoísmo, de la comodidad, del individualismo. Libérame de las esclavitudes que enfrían el entusiasmo misionero, para que pueda evangelizar con alegría y coraje inagotable. Amén."