Los que se dejan llevar por el Espíritu
Santo, poco a poco se van llenando de fuerza y de valentía. Dejan de ser
cobardes y mediocres, y se hacen capaces de dar la vida. Eso es lo que
hoy contemplamos recordando al mártir San Lorenzo.
Jesús nos enseñó que "el que quiere salvar su vida la pierde"
(Juan 12,25). Así lo vivió San Lorenzo, cuando se entregó al martirio
con entereza y completa disponibilidad. Cuenta la leyenda que cuando lo
colocaron en una parrilla ardiente, después de un rato pidió que lo
dieran vuelta para no demorar la entrega total que tanto deseaba.
Sin
embargo, a veces no se trata de buscar alguna misión extraordinaria que
nos haga sentir héroes o mártires, ni consiste en esperar que nos
llegue alguna ocasión de sufrir algo grande que podamos ofrecerle al
Señor. Normalmente se trata de aceptar de un modo libre la misión que
nos toca cumplir, y de aceptar todas las molestias, cansancios
cotidianos e incomodidades que acompañan a esa misión.
Jesús dijo: "Donde yo esté estará también mi servidor"
(Juan 12,26). Lorenzo es uno de los que siguió a Jesús también en una
muerte violenta. No se dejó contagiar por la sociedad corrupta de su
época. Pero cuando estaba siendo quemado vivo podría haberse sentido
fracasado. Sin embargo, se entregó con confianza, sabiendo que Dios
siempre hace fecunda nuestra entrega. En el testimonio de este mártir,
que nos refleja la entrega de Jesús en la cruz, nuestros sufrimientos
por el Señor nos parecen pequeños, y entonces dejamos de quejarnos tanto
por lo que nos sucede.
Así se nos presenta con claridad la exhortación de la carta a los Hebreos: "Fíjense
en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para
que no desfallezcan faltos de ánimo. Ustedes todavía no han resistido
hasta llegar a dar la sangre en la lucha contra el pecado" (Hebreos
12,3-4). El Espíritu Santo es el que nos da esa resistencia, porque
solos no podemos. Pidámosle que derrame esa seguridad y esa fortaleza en
nuestras vidas.
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