El Evangelio nos enseña a amar como
Jesús amó y nos pide que amemos hasta el extremo. Pero es imposible
lograr eso con nuestras propias fuerzas. Nuestros sentimientos y
nuestras necesidades nos llevan a estar siempre pendientes de nosotros
mismos, pensando en nuestros propios intereses.
Sólo el Espíritu
Santo puede sacarnos fuera de nosotros mismos, para dar la vida por los
hermanos si es necesario. Sólo el Espíritu Santo puede darnos esa
capacidad tan bella. Así lo vemos en el martirio de San Maximiliano
Kolbe, que hoy celebramos.
En el campo de concentración de
Auschwitz no sólo murieron muchos hermanos judíos. También fueron
sacrificados por los nazis algunos cristianos, entre ellos el sacerdote
Maximiliano Kolbe. Él evangelizaba con todos los medios posibles,
incluyendo las publicaciones y la radio, y soñaba con producir películas
cristianas. También estuvo evangelizando cinco años en Japón. Luego, de
regreso en Polonia, los nazis destruyeron su imprenta y lo llevaron
preso al campo de concentración.
Con su ejemplo y su palabra
consolaba cada día a los demás presos, les ayudaba a rezar, apaciguaba
los ánimos alterados. Su vida pudo culminar de esa manera porque toda su
existencia fue una entrega generosa, gota a gota, y lo preparó para
pensar en los demás hasta entregar la vida.
Su testimonio más
elocuente y singular fue la ofrenda de su vida en lugar de otro
prisionero. Cuando llevaban a morir al sargento Gajowniczk, Maximiliano
escuchó que tenía cinco hijos, y se ofreció para morir en su lugar.
Entonces lo sometieron a morir de hambre junto con otros nueve presos.
Maximiliano fue acompañando a cada uno a morir en paz. Finalmente, murió
también él.
Aquel sargento asistió años después a la
beatificación del que le había salvado la vida. A lo largo de la
historia encontramos pocos testimonios de amor fraterno tan bellos y
generosos como el de Maximiliano. Éste es sin duda el aspecto del
Evangelio que él ha reflejado más clara y luminosamente: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). "Lo que les mando es que se amen los unos a los otros"
(Juan 15,17). Ese fruto de amor fraterno que el Espíritu Santo quiere
realizar en nosotros, se produjo con abundancia en la entrega total de
Maximiliano.
Sería bueno pedirle insistentemente al Espíritu
Santo que cure nuestros egoísmos y comodidades para que seamos capaces
de amar de ese modo tan luminoso.
Amén
ResponderBorrarEl reconociminto de los demas como parte de un todo, que es Dios, es el sello resplandeciente de la accion del Espíritu Santo sobre los seres humanos.
ResponderBorrarQue ejemplo ...amen
ResponderBorrarAmén
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