¿Acepto el llamado del Espíritu para construir el Reino de Dios a mi alrededor, ofrezco mis manos y mi creatividad para mejorar algo, para sembrar cambios positivos, para hacer nacer la justicia, la solidaridad, la fraternidad?
Con mi entusiasmo frente a los desafíos, mi alegría y mis ganas de luchar, ¿despierto la esperanza a mi alrededor? ¿0 sólo fomento la queja amarga, el desánimo, la tristeza?
¿Estoy abierto al futuro, a lo nuevo, viviendo cada día con la juventud del alma, confiando plenamente en el impulso del Espíritu? ¿0 vivo de recuerdos y pretendiendo controlarlo todo, con el corazón avejentado?
¿Vale la pena vivir sin el maravilloso impulso del Espíritu?
Me detengo un momento a invocarlo.
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