Hoy recordamos a Santa Teresita de
Lisieux. En ella podemos reconocer la generosa ternura que puede
infundir el Espíritu Santo en nuestras vidas.
Ella vivió y creció
con una bella conciencia de ser inmensamente amada por Jesucristo. Por
eso desde niña ansiaba consagrarse a Dios en la clausura; entonces se
hizo carmelita. Pero su amor a Jesús no era sólo un deseo de vivir
tranquila, abrazada por el Señor. Porque el Espíritu Santo le hizo ver
con claridad que quien ama a Jesús se identifica con su deseo, empieza a
desear lo que Jesús desea. Por lo tanto, su pasión era ser un
instrumento de Jesús para hacer el bien.
Teresita no sentía un
gran atractivo por la tranquilidad del cielo. Más bien le interesaba que
en el cielo podría estar más cerca de Jesús para que su oración fuera
más eficaz y pudiera interceder por nosotros con más fuerza. Eso se
expresaba en su promesa de que después de su muerte haría caer una
lluvia de rosas.
Pero lo que más se destaca en su vida es la
infancia espiritual. No se trata de un infantilismo débil o romántico,
sino de una actitud valiente y grandiosa: renunciar a la miserable
tentación de creernos dioses todopoderosos, de sentirnos el centro del
universo o de pensar que somos más que los demás. Hacerse como niños es
confiar sin reservas en el amor de Dios, y así no necesitar más dominar a
los demás, aprovecharse de ellos o buscar con desesperación sus elogios
y reconocimientos. Teresita vivió a fondo esta actitud gracias a la
obra transformadora del Espíritu Santo.
El Evangelio nos invita a
recuperar la actitud de humilde confianza que caracteriza a los niños;
el Reino de Dios debe ser recibido con esa confianza, propia del que
sabe que solo no puede. Así como un niño que en los momentos de temor
reclama sinceramente la presencia de su Padre, el corazón tocado por el
Espíritu Santo ha renunciado a su autonomía, sabe que necesita de su
poder, que sin él no tiene fuerza ni seguridad, que en él está la única
verdadera fortaleza.
Maravilloso
ResponderBorrarTenemos mucho en lo que debemos trabajar, más interiormente, dentro de nuestro ser.
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