Dejemos
que el Espíritu Santo se siga derramando cada vez más en nuestra vida.
Supliquémosle, invoquémoslo con insistencia, dejemos que nos inunde como
el agua, que riegue nuestro ser como agua viva, purificadora, y que
haga renacer todo lo que está seco.
Dejemos que nos penetre como
el viento, y que arrastre todo lo que está de más en nuestras vidas;
que nos impulse hacia adelante como el viento impetuoso y nos arranque
de nuestras falsas seguridades. Dejemos que sea el fuego santo que queme
todo lo que nos hace daño, que disipe nuestras oscuridades, que nos
llene de calor. Dejemos que nos devuelva la vida, que nos haga recuperar
nuestra más auténtica alegría.
Porque la alegría se siente
cuando volvemos a sentirnos vivos, cuando valoramos la sangre que corre
por las venas y el amor que se mueve en el corazón, cuando
experimentamos que vivir vale la pena. El Espíritu Santo puede llenarnos
de esa vida nueva también hoy:
"Y cuando venga él, el Espíritu de la verdad, él los llevará a la verdad completa... Y la tristeza se les convertirá en alegría" (Juan 16,13.20)."
No hay comentarios.:
Publicar un comentario