En lo más íntimo de nuestro ser, en la
raíz de nuestra existencia, sólo el Espíritu Santo puede hacernos sentir
vivos. Sólo él puede hacer que dejemos de sobrevivir o de soportar la
vida, y que realmente vivamos, que experimentemos en todo nuestro ser
los efectos de la gloriosa resurrección de Jesús, algo de esa
deslumbrante intensidad de la vida divina.
La Palabra de Dios
tiene una promesa de vida, no sólo de vida eterna, sino de vitalidad en
esta tierra, de manera que si poco a poco dejamos que el Espíritu Santo
invada nuestro ser, iremos experimentando que cada vez estamos más
vivos. Veamos lo que nos asegura la Palabra de Dios y creamos en estas
promesas:
"El hombre de Dios florece como una palmera, crece
como un cedro del Líbano... En la vejez sigue dando fruto, se mantiene
fresco y lleno de vida" (Salmo 92,13.15).
"Bendito el que
confía en el Señor, porque él no defraudará su confianza. Es como un
árbol plantado a las orillas del agua... No temerá cuando llegue el
calor, y su follaje estará frondoso. En año de sequía no se inquieta, y
no deja de dar fruto" (Jeremías 17,7-8).
Notemos que esta
promesa de vida incluye también el gozo de dar frutos, de ser útiles, de
producir algo para el bien de los demás; porque nadie se siente vivo si
no se siente también fecundo: en el servicio, en la paternidad
espiritual, en el arte, en el trabajo, etc.
Pidamos al Espíritu Santo esa agradable fecundidad.
El autor es un simple pecador como todos nosotros,pero no me cabe la menor duda que este libro fue hecho con la asistencia del Espíritu.El escribió a través de su instrumento.Escuchemos y oremos al Espíritu Santo.No es un libro más.
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