A
veces estamos disfrutando de algo bello, pero sin darnos cuenta aparece
en el corazón un temor difuso que empaña la alegría. ¿Temor a perder lo
que tenemos? ¿Temor de arruinarlo todo? ¿Temor a que algo se acabe? ¿0
será simplemente que experimentamos el sabor amargo de nuestros límites,
el recuerdo escondido de que todo se termina, de que va llegando el
desgaste, la vejez, la enfermedad?
Sólo el Espíritu Santo tiene
poder para liberarnos de esas oscuridades del alma. Son las cosas que no
nos dejan libres para disfrutar de la existencia, para amar con
alegría, para trabajar con entusiasmo.
Hay una tristeza sutil que es contraria al Espíritu Santo. Por eso dice la carta a los Efesios: "No entristezcan al Espíritu Santo"
(Efesios 4,30). El antiguo escrito del Pastor de Hermas también
advertía que la tristeza expulsa al Espíritu Santo. De manera que cuando
nos encerramos en nuestras maquinaciones mentales, y fomentamos los
recuerdos negativos, cuando rumiamos las faltas de amor de los demás, o
lo que la vida no nos está dando, entonces comenzamos a ocupar con todo
eso el espacio que debería llenar el Espíritu Santo. De ese modo lo
vamos expulsando de nuestra vida.
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