En la Biblia se le da al Espíritu Santo el nombre de Paráclito (Juan 14,26). Este nombre ya nos indica algo, porque significa llamado junto a. Es decir, el que yo invoco para que esté conmigo.
Son
distintos los sentidos que puedo darle a esta presencia. Por ejemplo,
puede significar que lo invoco para que me defienda de los que me acusan
o me persiguen, particularmente del poder del mal. Pero también puede
entenderse que el Espíritu está a mi lado para darme consuelo en medio
de las angustias, temores e insatisfacciones.
En realidad, no
podemos limitar el sentido de ese nombre, y más bien tenemos que reunir
en esa expresión todo lo que incluimos cuando llamamos a alguien para
que esté con nosotros.
El Paráclito es el que se hace presente
allí donde nadie puede acompañarnos, en esa dimensión más íntima de
nuestro ser donde, sin él, siempre estamos desamparados, angustiados en
una soledad profunda que nadie puede llenar. Él es ayuda, fuerza,
consuelo, defensa, aliento. Sólo hay que decirle con ganas: "Ven
Espíritu Santo, ven Paráclito".
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