No
hace falta que te digan que estamos en una época difícil, que hoy no es
fácil vivir, que muchas veces nos ataca el desaliento, que nos cuesta
querernos, comunicarnos y ayudarnos, que cada uno piensa demasiado en sí
mismo, que no reconocemos fácilmente el amor de Dios en nuestra propia
vida.
Además, hay viejos rencores y heridas que nos cuesta sanar,
frecuentemente nos sentimos insatisfechos, y otras veces no sabemos
para qué trabajamos, para qué nos estamos esforzando, para qué vivimos
en realidad. O quizás en el fondo nos sentimos solos, con una oculta
tristeza. Nadie puede negar que algunas de estas cosas anidan en su
corazón.
A veces nos va mal, la vida nos golpea duro, pero lo
peor que nos puede pasar es si, además, perdemos la esperanza, la fe, la
unidad con los seres queridos, las ganas de luchar. Para solucionar
este profundo problema, para vivir con ganas y con fortaleza, hay algo
que necesitamos, algo que nos falta.
En definitiva, nos falta
espíritu. A nuestras existencias les falta el fuego, la luz, la
vitalidad, la fortaleza, el empuje, la paz del Espíritu Santo. Y en el
fondo, todo tu ser está sediento de él, de su presencia, de su río de
vida. Por eso, recibamos una buena noticia: "El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad" (Romanos 8,26).
Él
viene. Cuando lo invoques él se acerca a tu vida, para ofrecerte agua
viva, paz, consuelo, esperanza. Él viene, siempre viene.
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