Si alguna vez logramos quedarnos
callados y serenos, dejando que el Espíritu Santo nos haga experimentar
su amor, estaremos viviendo una preciosa experiencia mística. Cuando
abandonamos nuestras resistencias y nos dejamos tomar por el Espíritu,
él toca un centro amoroso donde el ser humano sólo puede depender,
porque es una criatura; y lo más íntimo de su realidad es la
dependencia, es recibir el ser y la vida, es beber de Dios. Veamos cómo
expresan algunos místicos esta dependencia cuando llega a un alto grado
de desarrollo:
"¡Oh cuán dichosa es esta alma que siente
siempre a Dios descansando y reposando en su seno!... Dios está allí de
ordinario como si descansara en un abrazo con la esposa, en la
substancia de su alma, y ella lo siente muy bien y lo goza
habitualmente... Él la absorbe profundísimamente en el Espíritu Santo,
enamorándola con primor y delicadeza divina" (San Juan de la Cruz).
"Dios
toma la voluntad, pero me parece que toma también el entendimiento,
porque no discurre, sino que está ocupado sólo gozando de Dios como
quien está mirando, y ve tanto que no sabe hacia dónde mirar" (Santa Teresa de Ávila).
"Se
llega a trascender y traspasar no sólo este mundo sensible, sino
también a sí mismo... Es necesario que se dejen todas las operaciones
intelectuales, y que la punta del afecto se traslade toda a Dios y todo
se transforme en Dios. Y ésta es la experiencia mística y secretísima,
que nadie la conoce sino quien la recibe, y nadie la recibe sino quien
la desea, y nadie la desea si el Espíritu Santo no lo inflama hasta la
médula" (San Buenaventura).
Bendito manantial de agua fresca que inunda y transforma, comparte en mi pequeñez su grandeza... Bendito Espíritu de Dios!!
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