Cuando dejemos que el Espíritu Santo nos impulse en la
tarea evangelizadora, seguramente experimentaremos las maravillas que
él puede hacer en los corazones, y nos admiraremos viendo lo que puede
lograr su gracia. Eso es lo que vivió San Pablo, que predicaba el
Evangelio "no sólo con palabras, sino también con poder y con el Espíritu Santo, con plena persuasión" (1 Tesalonicenses 1,5).
Tenemos una descripción de lo que es una predicación con
el poder del Espíritu Santo en una oración que hicieron los Apóstoles
perseguidos, pidiendo la gracia de predicar de esa manera.
Evidentemente, la mayor característica de esa predicación es la
valentía, acompañada por signos que el Espíritu Santo regala como
quiere: "Acabada la oración, retembló el lugar donde estaban
reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la
Palabra de Dios con valentía" (Hechos 4,29-31).
El Espíritu Santo ilumina nuestros ojos, para que no
miremos tanto nuestra debilidad, sino el precioso ideal que él nos
presenta. Así, descubrimos que vale la pena entregarlo todo, y él nos
fortalece para que lo hagamos.
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