Nosotros queremos que este mundo cambie.
Pero al mismo tiempo, sabemos que el camino nunca brinda la perfección
de la meta. Por eso, podemos aceptar serenamente que esta vida no
termine de darnos todo, y nos hacemos capaces de disfrutar de los
pequeños logros aunque no estén acabados por completo. Así lo vive
especialmente el pobre, que de este modo se libera del más terrible
peso: la autoexigencia angustiante de lograr en esta tierra el ideal
imposible de una felicidad perfecta, o de una época insuperable.
Por
la esperanza, la iglesia se considera "la verdadera juventud del
mundo", ya que "posee lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud:
la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse gratuitamente,
de renovarse, de partir de nuevo hacia nuevas conquistas" (Mensaje a los
jóvenes del Vaticano II).
El Espíritu Santo nos impulsa, pero
hace que nosotros caminemos hacia un futuro mejor; no nos arrastra como
muñecos, sino que nos motiva a tomar decisiones, a usar los propios
talentos, a organizarnos, a trabajar juntos por un futuro mejor, a
buscar la justicia y la solidaridad. Pero sabiendo que la perfección
sólo estará en el cielo, donde estarán todas las cosas buenas que
hayamos logrado, y mucho más que eso. Por eso, el Espíritu Santo siempre
suscita la esperanza en la vida eterna, nos recuerda que no estamos
hechos sólo para esta tierra.
Ayudame Espiritu Santo a entender este precepto. Amén
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